Antes que nada, deseamos que haya pasado una excelente Noche Buena continuamos con la segunda y última parte de la adaptación de “La Estrella de Belén” de Isaac Asimov que comenzamos en el día de ayer:
Alternativa 5: En tal caso, la estrella pudo haber sido un cometa . Los cometas se presentan en forma irregular e imposible de predecir (por lo menos para los antiguos) y siguen un movimiento errático a través del firmamento. Se da la circunstancia de que el más famoso de todos, el cometa Halley, fue visible en el año 11 aC, es decir, siete años antes de la fecha tradicional de la natividad de Jesús. Pero tal fecha no se apoya en bases sólidas.
Y sin embargo, el cometa de Halley es algo muy perceptible. Todo el mundo puede ver los cometas y, por lo general, fueron asociados a futuros acontecimientos que iban a conmover al mundo. Si los magos llegaron de oriente hablando de una estrella que representaba el nacimiento de un Mesías, todo el mundo habría sabido al momento a qué se referían, y Herodes no se habría visto obligado a preguntarlo.
Alternativa 6: puede ponerse esta misma objeción, aunque con menos fuerza, a la presencia de una supernova en el firmamento, brillando esplendorosamente en una posición que hasta entonces no había ocupado ninguna otra estrella y, por tanto, indicando algo nuevo y prodigioso. Tal vez no fuera tan llamativa como un cometa, por lo menos para la gente normal, pero es improbable que no provocara comentarios, y no poseemos ningún dato histórico respecto a una estrella supernova que apareciera en aquella época, ni vestigio alguno en el firmamento de nuestros días de que pudiera haber sido así.
Alternativa 7: si no se trataba de un cometa o una supernova, la estrella pudo haber sido una referencia al objeto que, por lo general, más brilla en el cielo, después del Sol y la Luna: el planeta Venus . Sin embargo, esto parece ser en extremo improbable, aunque algunas personas opinan lo contrario. Después de todo, Venus es un astro común en el cielo, y no hay motivo lógico para pensar que en una época represente algo especial y en otra no. Lo mismo puede decirse, con mucha más razón, de cualquier otro planeta o estrella visible en el firmamento.
Alternativa 8: ¿Y si hubiera sido un meteorito incandescente?. Se trata de un fenómeno limitado, por lo que tiene ventajas sobre un cometa, una supernova o un planeta. Se localiza en la atmósfera más externa y sólo puede ser visto en una zona muy estrecha de la superficie terrestre.
Tal vez los magos vieron la «estrella» en oriente, tal como anunciaron, en el firmamento de su tierra babilónica. En ninguna otra parte habría sido visible y, menos todavía, en Judea. Así se explicaría por qué Herodes tuvo que investigar el hecho.
El problema radica en cómo un simple meteorito pudo asombrar por su excepcionalidad a los astrólogos e indicarles la llegada de un Mesías. Es indudable que en la transparente atmósfera de Babilonia podrían contemplarse meteoritos todas las noches. Por muy especial que éste fuera, ¿qué importancia tenía? Si el meteorito ya hubiera alcanzado la Tierra, los magos habrían quedado más impresionados, suponiendo que presenciaran la caída y descubierto el meteorito. Entonces, ¿por qué no se refirieron a que algo había caído del cielo?
Hemos examinado ya todos los fenómenos celestes que podrían explicar la aparición de la estrella; las mismas estrellas, los planetas, cometas y meteoritos. ¿Qué es lo que falta?
Alternativa 9: quizá no se trataba de un simple objeto celeste, sino de varios, una serie poco común que llamaría la atención de los astrólogos y que tendría algún significado para ellos.
Los únicos objetos celestes que cambian regularmente su posición y que originan conjunciones llamativas en ocasiones, son los elementos del Sistema Solar. De ellos, podemos descartar cometas y meteoritos, puesto que los primeros son impresionantes de por sí y no necesitan presentarse en grupo, y los segundos se desplazan demasiado rápidamente y son visibles durante tan poco tiempo que no pueden formar agrupaciones definidas. Podemos descartar el Sol, ya que apaga todo lo que está a su alrededor y no se combina con otro objeto en forma visible, y también la Luna, puesto que hace invisible a cualquier otro objeto con el que pudiera entrar en conjunción.
Nos quedan los cinco planetas visibles: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. A veces dos o más de estos planetas brillan en el cielo muy cerca entre sí, y muy a menudo forman una combinación sorprendente. Tal situación no es en ninguna forma desacostumbrada y, según Rogger Sinnott (astrónomo especialista en mapas del cielo), entre los años 12 aC y 7 dC hubo como mínimo doscientas ocasiones en las que dos planetas estuvieron muy cerca uno del otro en el cielo y otras veinte ocasiones en las que ocurrió lo mismo con más de dos planetas.
Esto nos da un promedio aproximado de una vez por mes, y tengo la impresión de que tales sucesos no asombrarían a los astrólogos, a menos que se tratara de algo muy anormal, digno de atención, importante en el campo astrológico o, en el caso más favorable, de una mezcla de las tres cosas.
Clarifiquemos algunos conceptos. Los dos planetas más brillantes son Venus y Júpiter. La conjunción más esplendorosa será, por tanto, la que formen estos dos últimos cuando coinciden en el cielo, y en especial cuando se encuentren a la suficiente distancia del Sol como para que puedan ser vistos en el cielo nocturno.
Una combinación de este tipo se produjo en las horas anteriores al amanecer del 12 de agosto del año 3 aC. En el momento de máxima proximidad, los dos planetas estaban separados tan sólo por doce minutos de arco, es decir, dos quintos del diámetro aparente de la Luna.
Otra conjunción similar, pero mucho más sorprendente, tuvo lugar tras la puesta del sol del día 17 de junio del año 2 aC. Venus y Júpiter estuvieron aún más próximos en esta ocasión y, en el punto de máxima cercanía, los separaban sólo tres minutos de arco, una décima parte del diámetro de la luna llena.
Con una aproximación tan grande, sería difícil vislumbrar los planetas como dos puntos de luz distintos. Lo que es más, desde Babilonia se debió de ver los dos planetas acercándose mutuamente de forma constante, mientras se hundían en el horizonte occidental. En realidad, alcanzaron la separación mínima a las diez de la noche, hora de Babilonia, cuando se ponían. Podemos imaginar que los astrólogos que observaban el firmamento verían los dos planetas unirse aparentemente mientras llegaban a un punto del horizonte situado en dirección a Judea.
¿Se vio realmente aquella «estrella» anormal en la dirección de Judea, tanto como para que pensaran en un Mesías? Bien, hay más datos.
La «Biblia» atribuye a Jacob una importante profecía mesiánica, cuando se encontraba a punto de morir. Jacob habla en forma algo mística a cada uno de sus hijos, y esto se interpreta como una alusión al futuro de las respectivas tribus.
Por lo que respecta a Judá (de la que David, y por consiguiente Jesús, descendían), dijo:
«Génesis 49:9»: ¡Eres cachorro de león, Judá! ¡De la presa has subido, oh hijo mío! Se ha agazapado, se ha echado cual león, y como una leona; ¿quién le hará levantar?
«Génesis 49:10»: No se retirará el cetro de Judá ni la bengala de entre sus pies hasta que venga Shiloh, a quien pertenece y al cual corresponde la obediencia de los pueblos.
El versículo 9 indica que el león era el símbolo totémico de la tribu de Judá (aún seguimos refiriéndonos al «león de Judá»). En cuanto al versículo 10, existe una gran polémica en torno al significado de Shiloh.
Shiloh era el nombre de una población en la que existió un importante templo antes de los tiempos del Reino de Judá y que fue destruida un siglo antes de la época de David. El versículo tendría muy poco sentido en tal caso, y podría tratarse de un error del copista. Sin embargo, puede objetarse que el texto alude a la restauración del destruido templo de Shiloh. Y de aquí, análogamente, que se refiera al renacimiento de la destruida dinastía de David y, por tanto, al Mesías. Este versículo se considera, en general, una profecía mesiánica.
Pero resulta que una de las Constelaciones del Zodíaco es Leo. Los astrólogos pudieron suponer con toda facilidad que Leo representa a Judá y a la Casa de David. Hay una referencia a una «bengala de entre sus pies», y entre las patas delanteras de la Constelación de Leo (según la representación convencional de la era antigua) se encontraba su estrella más brillante, Régulus (palabra latina que significa «joven rey»). Por consiguiente, podemos suponer que Régulus, en particular, representaba al Mesías (para los astrólogos).
Pero la cuestión es que las combinaciones Venus-Júpiter de los años 3 aC y 2 aC se produjeron en la Constelación de Leo, cada una de ellas a distinto lado de Régulus. En los dos casos, la fusión aparente de los planetas tuvo lugar a tres grados de Régulus, lo bastante cerca como para impresionar a los astrólogos.
De forma que nos encontramos con una simple «estrella» anormal que aparece en el horizonte de Judea, próxima a la estrella que es símbolo del Mesías. ¿No es lógico pensar que los astrólogos partieran al momento hacia Judea para investigar, aunque sólo hubiera sido para comprobar sus propias conclusiones?
Naturalmente, ambas conjunciones se produjeron en los meses de verano y de ningún modo en la época del nacimiento de Jesús, pero esto no tiene importancia. La fecha del 25 de diciembre no tiene garantía bíblica y fue escogida en los tiempos del cristianismo primitivo simplemente para competir con la fiesta de Mitra, que se celebraba aquel día, y para aprovechar la tradición, ya muy sentada, del regocijo general cuando llegaba el solsticio de invierno.
Además, tanto Mateo como Lucas sitúan el nacimiento de Jesús en la época de Herodes, y dicho monarca murió en el año 4 aC. O sea que Jesús no pudo nacer después de ese año y, como mínimo, debía de tener dos años de edad en la época de la segunda y más llamativa conjunción. Pero el hecho de que Jesús naciera precisamente en el momento de dicha conjunción pudo haber sido una reforma posterior de la historia.
Debo admitir que estoy tentado a creer la alternativa 9, dado su atractivo…, pero no haré tal cosa. En el año 2 aC la astronomía no estaba muy avanzada, y aunque los astrólogos babilonios advirtieran la conjunción, dudo que estuvieran tan versados en los detalles de las escrituras y leyendas de los judíos como para atribuir al hecho una importancia mesiánica. No, todo el relato no es más que una explicación ingeniosa elaborada a posteriori.
De forma que perseveraré en mi escepticismo y colocaré la Estrella de Belén en la misma categoría que la partición del Mar Rojo, el caminar sobre el agua y todos los demás milagros de la «Biblia». Son simples relatos fantásticos que podríamos despreciar como naderías si no fuera por el hecho de que son nuestros relatos fantásticos, los que nos enseñaron a venerar cuando éramos jóvenes impresionables.
Fin de la parte 2.
Le gustó ?, interesante el análisis que realiza Asimov sobre el tema.
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