Monseñor Lozano condenó el exterminio en Gaza


Condenamos el terrorismo, los atentados y los secuestros, pero nada justifica este castigo colectivo, este exterminio sistemático, ni la inacción de los líderes mundiales

La muerte llega con explicaciones absurdas y mentirosas: por error de cálculo, por circunstancias imprevistas, por daños colaterales. Nunca se asume la responsabilidad de la barbarie, del odio, de los intereses económicos.
Niños palestinos haciendo cola con ollas para recibir comida. Rafah, sur de la Franja de Gaza (Archivo – REUTERS/Saleh Salem)

Mientras tanto, los fabricantes de armas celebran balances multimillonarios. Sus ganancias crecen al ritmo de las bombas que estallan en Gaza y en otras guerras en el mundo. Cada proyectil vendido, cada sistema de combate exportado, lleva el sello de una industria que se enriquece manchando su eficacia con sangre inocente. Hace pocos días el Papa León XIV decía: “Tenemos que animar a todo el mundo a dejar las armas, a dejar todo el comercio que hay detrás de cada guerra; muchas veces con el tráfico de armas las personas se convierten en simples instrumentos sin valores”.

Morir en Gaza es hoy una sentencia dictada por la impunidad. Pero aún hay tiempo para alzar la voz, exigir el fin de la violencia, clamar por un alto al fuego duradero, por la apertura de corredores humanitarios, por el respeto al derecho internacional. Aún hay tiempo para recordar que toda vida humana es sagrada, y que el silencio cómplice de hoy puede ser la vergüenza de mañana.

Familiares despiden a sus muertos luego de un ataque aéreo israelí. Exterior de la morgue del hospital de Shifa, en la Ciudad de Gaza, el 26 de julio de 2025. (AP Foto/Abdel Kareem Hana)

Gaza no necesita más armas. Necesita justicia, agua, alimentos, medicinas, escuelas, hospitales, reconstrucción, abrazos y, sobre todo: paz.

[El autor es arzobispo de San Juan de Cuyo, presidente de la Comisión Episcopal de Comunicación del episcopado argentino y miembro del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano]