El veinte de junio una trombosis nos obligó a ir, una vez mas, a la sede Hermenegilda Rodriguez de Pombo del CEMIC frente al parque Las Heras. En el año 1962, la voraz Escherichia coli, afectó los riñones de mamá. Vivir requería de un régimen de dieta estricta y cuidados rigurosos. Todos los pasos se hicieron con inescrutable rigor. Sin embargo, el mal progresó como el crecimiento de una estalactita: incesante, puntiagudo y danino. La enfermedad le produjo una insuficencia renal. Teníamos un ángel celestial -la extrañamos- que la cuidó sin despegarse. El primer trasplante fue un éxito. El cuidado meticuloso, junto a los trece remedios por día -inmunosupresores y corticoides-, fueron la clave para que la ablación superase por más de seis años su promedio de duración. Me retracto. Perduró por sus ganas de vivir: el optimismo alegre y jovial que siempre la caracterizó. Artista teatral por naturaleza y profesora de biología y geografía por obligación.
El 19 de mayo de 2010 soportó otro trasplante, esta vez recibió un órgano jovial y resistente de veinticinco años. Lo anti-natural de las operaciones y la cantidad de remedios fueron golpeando durante 65 años su cuerpo. Pasó más de veinte intervenciones quirúrgicas. Las infecciones fueron el karma recurrente. En el 2022 un streptococo se instaló en la columna provocando un canal estrecho apretando las vértebras. El diagnóstico fue una espondilodiscitis cervical. Los dolores que soporto de forma estoica fueron lo mas parecido a los suplicios recibidos en los campos de concentración, al no poder tomar analgésicos por su patología de base. Nunca hubo quejas y, mañana, siempre ¨íbamos a estar mejor¨.
Se sobrepuso a todo con mucha dignidad y una disciplina tenaz. Antes de la pandemia su autosuficiencia fue completa: haciendo clown, planeando viajes y disfrutando de mis visitas. Teníamos saludos propios y mirábamos por youtube lo que hacía ¨bibi¨, el mono vietnamita. Habíamos logrado un profundo grado de complicidad. La trombosis se superó rápido pero el origen fue la peor noticia: tenía una neoplasis escamosa en las glándulas sub-mamarias.
Empezamos el tratamiento contra el cáncer, modificando después de treinta años el esquema inmunosupresor. Además de estar meses en Capital Federal los viajes tuvieron que ser de frecuencia semanal. Dejábamos todo en cada fase del proceso. Los dos solos, los dos juntos: la resistencia a todo lo que venia de Pandora.
El viernes 6 de septiembre viaje a la madrugada. Un ganglio metastásico en la axila se había infectado y había que operar de urgencia. El panorama era sombrío. Una vez más, soporto el dolor del cuchillo y los siguientes nueve días de terapia intensiva fueron de una recuperación milagrosa y progesiva: comía sentanda, charlaba con los enfermeros, me recibía con nuestros saludos histriónicos y repetía con firmeza su mantra de que mañana ¨iba a estar todo aún mejor¨. No había motivo para estar en una unidad de urgencia y le consiguieron la habitación 404 del hospital. Ese día como todos los restantes- estuvo lúcida, alegre, pese a los efectos de la segunda dosis de quimioterapia que le habían aplicado el día anterior. La llamé a las 20:30 y me respondió al grito de ¨tompayanito¨ -como me solía decir-. Fue la última vez que la escuche. A las 22:00 hs. del 17 de septiembre me llamaron del hospital informándome que había sufrido un paro cardio-respiratorio. Hice los 5 km que separaban desde su casa al hospital lo más rápido posible. Mamá lo dio todo siempre y murió así, de ¨imprevisto¨en una de sus miles de batallas.
En la YPF del oscuro barrio nocturno de Saavedra me llamó para darme sus condolencias. Decidí con desdén aceptar su llamado, ya sin sentido y utilidad. ¨Mejor, no hay lugar en el panteón¨ me contestó cuando le manifesté que la iba a cremar en el lugar de dónde vivía hace más de cuarenta años.
Siempre fuimos mamito y yo solos para luchar contra las inefables enfermedades que padeció. Nos costó mucho cuando nuestro ángel eterno se nos fue. Lo hicimos bastante bien. Ella mucho mejor que yo, con mas templanza y sin quejas. El horno de la Chacarita a unos 150 grados centígrados dejó todo pulverizado, incluso mi riñón izquierdo que hace catorce años era parte de mamá. Comenzaba otra forma de vivir, la mas difícil, sin mamá. Hoy celebraríamos su cumpleaños número 66; el del diablo, diríamos con sonrisa contagiosa. Cada tanto miro al cielo y la busco en una estrella que me ayude a visualizar el norte para poder resistir a todo, a absolutamente todo, como ella siempre lo hizo.
Te amo, ma. Tompayanito