23 de agosto de 1812 Éxodo Jujeño. Ante el avance del Ejército realista con cerca de 3000 soldados, comandados por Pio Tristán, el 29 de Julio Belgrano dictó un bando dirigido a todo el pueblo de Jujuy, disponiendo la retirada.
La orden especificaba que se debía dejar campo arrasado frente al enemigo, de modo de no facilitarle casa, alimento, ganado, mercancías ni cosa alguna que le fuera utilizable. Los cultivos fueron cosechados o quemados, las casas destruidas, y los productos comerciales enviados a Tucumán. El rigor de la medida debió respaldarse con la amenaza de fusilar a quienes no cumplieran la orden, la población acató la medida a partir de los primeros días de agosto, demorándose algo más los vecinos pudientes, que requirieron de Belgrano carretas para transportar sus bienes.
Del éxodo participaron aproximadamente 1500 personas de un total de 2500 a 3500 con que contaba la ciudad y jurisdicción de Jujuy. El pueblo jujeño, al igual que el del resto del antiguo Virreinato del Rio de La Plata, estaba muy dividido entre los que apoyaban a los patriotas partidarios de la Revolución de Mayo y los que se mantenían leales a la continuidad del sistema virreinal, los habitantes de Jujuy, a los que se sumaron algunos refugiados procedentes de Tarija y Chichas, abandonaron sus hogares y arrasaron con todo lo que dejaban atrás, a fin que las fuerzas realistas no pudiesen aprovechar ninguno de sus bienes y dejándolos sin víveres para sus tropas. Los 200 hombres de las fuerzas irregulares al mando de Eustoquio Díaz Vélez, encargados antes de observar la frontera noroeste para cuidar de los movimientos de Tristán, quedarían a la retaguardia. La marcha debía cubrir 50 km diarios, el quíntuple de lo recomendable, para buscar cobijo hacia el oeste. La retaguardia del éxodo partió de Humahuaca el 21 de Agosto, y el 23 de Agosto ya se encontraba en las adyacencias de la ciudad de Jujuy.
El 23 de agosto de 1812, a las 5 de la tarde, el grueso del Ejército del Norte, en operaciones al mando del general Manuel Belgrano, iniciaba su retirada desde la ciudad de Jujuy en dirección a Tucumán, tomando el camino de las Postas, en el recordado episodio de nuestra historia conocido como el “Éxodo jujeño”. Tras el grueso del Ejército, siguió luego la tropa al mando de Díaz Velez. Quedaba libre el área a las fuerzas realistas al mando del general Pío Tristán, más numeroso y que disponía, además, entre sus filas de tropas veteranas provenientes de España. Recuerda Mitre: “Al evacuar Jujuy se cambiaron las primeras balas de la campaña, tocando este honor al capitán Zelaya, que con un puñado de jinetes hizo un repliegue ordenado en medio del fuego sin perder un solo soldado”. Los realistas pretendieron bajar por la Quebrada del Toro para cortar la retirada de los rioplatenses. El brigadier Tristán envió sus avanzadas a hostilizar a los que se retiraban, dirigidos por el coronel Agustín Huici. Éste alcanzó a la columna sobre el río de las Piedras, entablándose el combate de Las Piedras el día 3 de Septiembre de 1812. La rápida reacción de Díaz Vélez logró allí una victoria, cayendo en poder de los independentistas el mismo Huici.
Coronel Cornelio Zelaya
Nace en Buenos Aires, en 1782, siendo uno de los militares más brillantes del Ejército del Alto Perú. Era un productor ganadero que, al producirse las invasiones inglesas de 1806 y 1807 al Virreinato del Río de la Plata, se unió al regimiento de caballería reunido por Juan Martín de Pueyrredón, participando en la Reconquista y Defensa de la ciudad. En 1810 apoyó la Revolución de Mayo que depuso al Virrey del Río de la Plata Baltasar Hidalgo de Cisneros y fue puesto al mando de un batallón de caballería. Luego de la Revolución de Mayo, se incorporó como jefe de un regimiento de caballería del Ejército del Norte, en la primera expedición auxiliadora al Alto Perú contra los realistas interviniendo en la batalla de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810, que fue la primera victoria de las armas revolucionarias argentinas y en la Huaqui, el 20 de junio de 1811, donde los patriotas fueron derrotados por los ejércitos españoles. Durante la segunda expedición auxiliadora al Alto Perú apoyó al general Manuel Belgrano cubriendo la retirada del ejército desde Jujuy. Participó en la batalla de Tucumán, el 24 y 25 de septiembre de 1812, que resultó ser la victoria revolucionaria más importante de la guerra de independencia argentina, y dirigió una breve campaña a Salta, ciudad que alcanzó a tomar brevemente antes de que fuera ocupada por los realistas. El 9 de octubre de 1812, encabezó una unidad de ochenta hombres en un audaz intento de recuperar la ciudad de San Salvador de Jujuy, aunque superado por las fuerzas realistas debió replegarse. Luchó en la batalla de Salta, el 20 de febrero de 1813, como jefe de toda la caballería argentina, y por este nuevo triunfo patriota fue ascendido al grado de coronel. Fue enviado a reunir y organizar tropas en Cochabamba. No participó en la batalla de Vilcapugio, el 1 de octubre de 1813, donde las tropas realistas derrotaron a los revolucionarios, y la noticia que recogió el general español Joaquín de la Pezuela sobre el reclutamiento que se le había encargado aceleró su decisión de atacar. El Ejército del Norte fue vencido en Ayohuma, el 14 de noviembre de ese mismo año, y nuevamente Zelaya protegió la retirada. Participó también de la Tercera expedición auxiliadora al Alto Perú dirigida por José Rondeau, donde sus hombres eran la mejor caballería que tenían los revolucionarios, pero fueron muy mal utilizados en la batalla de Sipe-Sipe, nueva derrota de las fuerzas argentinas, el 29 de noviembre de 1815 en que perdió más de la mitad de sus soldados. A pesar de las pérdidas sufridas, fue el cuerpo más destacado en la batalla, el que mantuvo mejor la disciplina y el último en retirarse. A su regreso luego del motín de Arequito fue arrestado, involucrándose posteriormente en Las Guerras Civiles Argentinas y en las campañas contra los aborígenes. Luego de la caída de Lavalle, se refugió primero en Corrientes y Luego en Montevideo desde donde regreso al país después de la Batalla de Caseros, el general Justo José de Urquiza lo nombró jefe de la Fortaleza de Buenos Aires. Desde ese puesto apoyó la revolución del 11 de septiembre de 1852 contra el propio Urquiza, y ejerció el mismo cargo hasta su fallecimiento en 1855.
Eustoquio Antonio Díaz Vélez
Nace en Buenos Aires, el 2 de noviembre de 1782 y fallece en la misma el 1 de abril de 1856, luchó en las Invasiones Inglesas, participó en la Revolución de Mayo y peleó en la guerra de independencia. Sus padres fueron Francisco José Díaz Vélez, acaudalado comerciante nacido en Huelva, Andalucía, España ―quien fuera capitular del cabildo de Buenos Aires― y María Petrona Aráoz Sánchez de Lamadrid, oriunda del Tucumán, de una importante familia colonial. Fueron sus abuelos paternos, José Manuel Díaz, nacido en Huelva, y Francisca Vélez; y sus abuelos maternos, Miguel Aráoz Echaves, comandante de milicias y Catalina Sánchez de Lamadrid Villafañe.
Se incorporó de joven al ejército, en el regimiento de Blandengues de la Frontera de Buenos Aires. Combinó estas actividades con el comercio, reuniendo alguna fortuna. Durante la primera Invasión Inglesa al Virreinato del Río de la Plata fue voluntario del Regimiento de Infantería de Buenos Aires, a partir de junio de 1806, alistándose en Montevideo de donde pasó a Colonia del Sacramento para desembarcar posteriormente con Santiago de Liniers en el Puerto de las Conchas y marchar sobre Buenos Aires, siendo parte la Reconquista. Finalizada la primera invasión y a consecuencia de la creación de milicias por las autoridades virreinales se incorporó a la Legión de Patricios, como ayudante segundo graduado de teniente. Al año siguiente, durante la segunda Invasión Inglesa, bajo las órdenes de Cornelio Saavedra, Díaz Vélez peleó contra los ingleses en la Casa de la Virreyna Viuda. Durante esos hechos, vencidas las fuerzas invasoras, participó en la capitulación del teniente coronel inglés Henry Cadogan, a cargo del Regimiento N. º 95 de Rifles, junto a catorce capitanes y más de 150 soldados. Durante la asonada de Álzaga del 1 de enero de 1809, luchó del lado de los leales a Liniers y fue herido cuando iba a plegarse a las fuerzas de su regimiento que se hallaban en el Fuerte de Buenos Aires, cuando al pasar a caballo frente al Cabildo fue atacado por las fuerzas insurgentes que lo desmontaron a golpes. Esa acción en defensa del virrey Liniers le valió el ascenso a capitán, el 7 de febrero y a teniente coronel graduado, el 23 de marzo. Por sus actos de servicio recibió cuatro medallas que condecoraron su uniforme militar.
Eustoquio Díaz Vélez tenía buenas relaciones con los conspiradores que pretendían lograr la independencia del país frente a la gravedad de la situación política e institucional que atravesaba el Reino de España. En junio de 1809 llegó a Montevideo Baltasar Hidalgo de Cisneros, el nuevo virrey que la Junta Suprema Central de España había nombrado en reemplazo de Liniers. Cisneros trajo precisas instrucciones de la metrópoli consistentes en apresar a los partidarios del antiguo virrey y a los criollos que trabajaban por conseguir la independencia. Frente a ello, Juan Martín de Pueyrredón reunió secretamente a los principales jefes de milicias de Buenos Aires con el propósito de no reconocer al nuevo virrey. Entre los confabulados, además de Díaz Vélez, se encontraban Saavedra, Manuel Belgrano, Juan José Viamonte, Miguel de Azcuénaga, Juan José Castelli y Juan José Paso. La oposición de Liniers, quien mantuvo su lealtad hacia Cisneros, hizo fracasar la intentona. Díaz Vélez apoyó activamente el curso de los acontecimientos que culminaron en la Revolución de Mayo, participando en las reuniones que resolvieron la destitución del virrey Cisneros, asistiendo a la del 18 de mayo de 1810 convocada por Nicolás Rodríguez Peña. El 20 de mayo de 1810, frente a la exigencia de Cisneros de hablar con los comandantes de las fuerzas en el Fuerte de Buenos Aires antes de resolver la convocatoria a un cabildo abierto, Díaz Vélez se reunió con los jefes militares en el cuartel de Patricios, donde se convino que, junto con Juan Florencio Terrada, Juan Ramón Balcarce y Juan Bautista Bustos comandaran a las guardias de los granaderos de la Fortaleza y que se apoderasen de todas las llaves de las entradas, mientras los demás subían a exigir al virrey la convocatoria a un cabildo abierto. El virrey, falto del apoyo militar, cedió a la demanda. Producida la renuncia de Cisneros, al caer la tarde del día 23, Díaz Vélez integró los focos de resistencia a la flamante Junta del 24 de mayo de 1810 por estar presidida por el ex virrey. Fue partidario del grupo revolucionario que se resistió en delegar en el poder constituido del cabildo la potestad suprema de constituir un nuevo gobierno, contra la decisión del pueblo. Esa misma noche se reunió en la casa de Nicolás Rodríguez Peña, junto con Mariano Moreno, Francisco Ortiz de Ocampo, Domingo French, Feliciano Antonio Chiclana, Manuel Moreno, Tomás Guido, Juan Ramón Balcarce, Juan José Viamonte, Martín Jacobo Thompson, Vicente López y Planes, José Darragueira, fray Cayetano José Rodríguez y otros conjurados que lograron la renuncia de sus miembros y exigieron que el Cabildo: “…proceda a otra elección en sujetos que puedan merecer la confianza del pueblo, supuesto que no se la merecen los que constituyen la presente Junta, creyendo que será el medio de calmar la agitación y efervescencia que se ha renovado entre las gentes.” Pocos días después interviene en Colonia del Sacramento en apoyo a los vecinos que se habían declarados partidarios de La Revolución de Mayo. El 12 de septiembre de 1810, estando Díaz Vélez en Buenos Aires, la Junta provisoria le confirió el empleo de teniente coronel, y lo nombró como tercer jefe del ejército auxiliar con «voto en la Junta de Comisión que preside sus operaciones». Recién el 8 de octubre pudo llegar a Santiago de Estero e incorporarse al ejército.
Al 30 de octubre de 1810, el cuadro de situación del desplazamiento del Ejército Auxiliar del Alto Perú era el siguiente:
Una larga columna, cuya retaguardia arrancaba en Santiago del Estero y que estaba a cargo de Díaz Vélez, avanzaba en grupos de 100 hombres, separados por uno o dos días de marcha. En su parte media el control estaba a cargo del teniente coronel Hernández. Por su parte, en la zona Tucumán-Jujuy, Vieytes y el teniente coronel Lobo facilitaban la fluidez logística a través de las ciudades norteñas;
La vanguardia, a cargo del coronel González Balcarce, después del Combate de Cotagaita, del 27 de octubre, se estaba retirando hacia el sureste, rumbo a Suipacha-Nazareno, con el fin de acercarse a los refuerzos que venían desde el sur;
El doctor Castelli, en esta fecha ya en Jujuy, comunicaba a la Junta: “Debo a la eficacia de Díaz Vélez en Santiago, y a la Vieytes en Tucumán, la ejecución de mis encargos en orden a las marchas de las tropas; a todo el cuidado de la disciplina de las nuevas reclutas y sus oficiales.”
Díaz Vélez no participó de la batalla de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810, recién después de la misma con sus fuerzas pudo reunirse con González Balcarce en Tupiza-Cotagaita para emprender el avance hacia Potosí. La Diferencias operante en la Junta repercutieron en nombramientos como el del Gral. Viamonte que a la sazón traerían inconveniente entre los militares y culminarían con la derrota de esa primer campaña al Alto Perú. Manuel Belgrano se hizo cargo del Ejército del Norte el 26 de marzo de 1812 en reemplazo de Juan Martín de Pueyrredón. Eustoquio Díaz Vélez fue nombrado mayor general o segundo jefe. Rápidamente los jefes militares se dedicaron a reorganizar los restos de los 700 desmoralizados efectivos. Díaz Vélez, en esta etapa de reorganización del ejército, creó un cuerpo de caballería denominado los “Patriotas Decididos”, integrado por un escuadrón de voluntarios y gauchos jujeños, puneños y tarijeños. Recibió el apoyo de estos granaderos irregulares integrados por jóvenes de entre 18 y 30 años de edad, quienes aportaron sus propias armas y cabalgaduras a la tropa. Díaz Vélez, al mando de los Patriotas Decididos y que hasta ese entonces había tenido a su cargo la vanguardia del ejército patriota, comandó la retaguardia del mismo y del éxodo, haciendo abandono de la ciudad, junto con los capitulares, el 23 de agosto de 1812. Su misión era controlar el avance de las fuerzas invasoras realistas. Díaz Vélez se ofreció para apoyar a la revolución que había estallado en la ciudad de Cochabamba pero la falta de tropa suficiente desvaneció el proyecto. Sin la ayuda de las provincias «de abajo», la ciudad altoperuana fue ocupada por el mariscal de campo de los ejércitos realistas José Manuel de Goyeneche. También contó con la colaboración del altoperuano Manuel Ascencio Padilla y de su esposa Juana Azurduy de Padilla quien pasó por Jujuy directamente hacia Tucumán. Díaz Vélez restableció la comunicación con Belgrano a fin de agosto y le informó al general sobre el avance constante de los realistas por lo que se decidió reforzar la retaguardia con infantería y artillería. Cuando los patriotas fueron alcanzados por un destacamento de 600 españoles que enviara el brigadier realista Juan Pío Tristán y comenzaron a ser derrotados, Díaz Vélez reaccionó rápidamente y contraatacó en la batalla de Las Piedras, del 3 de septiembre de 1812, deteniendo el avance de las tropas reales y logrando una victoria que permitió revertir la desmoralización de las tropas y la continuación del éxodo hacia el sur
Su aporte resultó de vital trascendencia en los preparativos para el choque que se libraría el día 24 de septiembre de 1812 siendo el nexo del que se valieron los Aráoz para llegar a Belgrano. Estuvo en la reunión en la que Belgrano se dejó convencer por Bernabé, Pedro Miguel y Cayetano Aráoz ―la familia más poderosa de la ciudad de San Miguel de Tucumán, quienes eran sus parientes maternos― para enfrentar a los realistas. En parte por estas conversaciones y la victoria de Díaz Vélez en Las Piedras, Belgrano se atrevió a dar la batalla de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812, la que resultó la victoria más importante de la guerra de la Independencia Argentina y selló la suerte de la revolución. Díaz Vélez ofició de mayor general. Durante la retirada enemiga, Belgrano ordenó a Díaz Vélez picar la retaguardia del ejército derrotado en su huida al norte, logrando tomar muchos prisioneros y rescatar también algunos que habían hecho las tropas realistas. El día 13 de febrero de 1813 el Ejército del Norte a orillas del río Pasaje prestó juramento de obediencia a la soberanía de la Asamblea del Año XIII y fue Díaz Vélez, como mayor general, quien, además de conducir la bandera celeste y blanca reconocida por la Asamblea, tomó juramento de fidelidad a la misma al general Belgrano, quien después hizo lo propio con Díaz Vélez y el resto del ejército. Como consecuencia de tan trascendente acto, desde entonces a este río se lo denomina también con el nombre de Juramento. Pocos días después, en la batalla de Salta, el 20 de febrero de 1813, Díaz Vélez dirigió un ala de la caballería argentina y aunque recibió una herida de gravedad en su muslo izquierdo al ser atravesado por una bala de fusil que le produjo un enorme sangrado, el enfrentamiento resultó una nueva e importante victoria para el ejército independentista. Los triunfos de Tucumán y Salta permitieron la recuperación del Alto Perú por los revolucionarios. Díaz Vélez, como jefe de la avanzada del ejército vencedor, entró triunfante en la ciudad de Potosí, el 17 de mayo de 1813. El pueblo potosino lo recibió exultante. A su arribo, trató de convencer a los altoperuanos que sus enemigos eran los limeños, quienes habían sido sus invasores y se habían apoderado de las provincias hermanas de arriba del Río de la Plata, de sus libertades y de sus recursos ―en especial de su producción de plata― y que el ejército de Buenos Aires había venido para protegerlo de los realistas. Bajo la jefatura de Belgrano, durante la batalla de Vilcapugio, el 1 de octubre de 1813, dirigió la caballería patriota. La lucha determinó una franca victoria para las tropas españolas comandadas por Joaquín de la Pezuela. Sorprendido Belgrano, él subió a un morro asido de la bandera y llamó a reunión a su tropa. Únicamente acudieron 300 efectivos de los 3600 soldados patriotas. Entre ellos, el mayor general Eustoquio Díaz Vélez, Lorenzo Lugones, Gregorio Perdriel, Diego Balcarce y Gervasio Dorna. Por la noche Belgrano pudo evadir a los españoles y emprender la retirada, acordando con Díaz Vélez que este tomara la ruta hacia Potosí y reuniera a los otros hombres dispersos. Díaz Vélez se dirigió rumbo a Potosí a la cabeza de un cuerpo de tropas y logró reunir a un gran número de las fuerzas disgregadas luego de Vilcapugio. Fue ayudado por Manuel Padilla y Juana Azurduy. A la marcha se le sumaron Lorenzo Lugones y Gregorio Perdriel. Desde Potosí, Díaz Vélez le escribió a Belgrano haciendo varias consideraciones sobre los inconvenientes de abandonar la villa y atacar al ejército realista, por la escasez de los medios y debido al estado de los pueblos, y le indicaba asimismo las ventajas que se obtendrían si él fuera a Potosí a organizar las fuerzas. Tanto los patriotas rioplatenses como los realistas sabían que la posesión de Potosí y de su Cerro Rico era indispensable para el éxito de la Revolución de Mayo. El 14 de noviembre de 1813, en la batalla de Ayohuma las fuerzas patriotas al mando de Belgrano fueron otra vez derrotadas por los ejércitos reales comandados por de la Pezuela. Díaz Vélez guio de nuevo a la caballería. Durante la retirada, por orden de Belgrano, y para cubrir sus espaldas, intentó volar el edificio de la Casa de la Moneda de Potosí pero el aviso de un oficial a la población lo evitó. Ambas derrotas marcaron el fin de la Segunda Expedición Auxiliadora al Alto Perú y si bien el ejército realista no fue derrotado la revolución logró mantenerse al sur.
Ya de regreso de la campaña, fue enviado por el director Posadas, como teniente gobernador de Santa Fe, con el claro objetivo de impedir su secesión ya que el 1813, el comandante de Paraná, Eusebio Hereñú, había reconocido al caudillo de la Banda Oriental, José Gervasio Artigas, como “Protector de los Pueblos Libres” desconociendo la dependencia de Santa Fe y estableciendo de hecho la autonomía de Entre Ríos. Díaz Vélez asumió el día 31 de marzo de 1814 y ocupó la ciudad política y militarmente. Se dedicó a enviar todo lo que pudo, por las buenas o por las malas, al Ejército del Norte. Su gobierno no contaba con las simpatías del pueblo, principalmente por no ser santafesino pero también por no respetar al ayuntamiento local. El 20 de marzo de 1815 las fuerzas artiguistas comandadas por Manuel Artigas, Eusebio Hereñú y la flotilla fluvial de Luis Lanché desembarcaron en Santa Fe y, el 24 de marzo, Díaz Vélez cumplió con su palabra de no combatir y librar al pueblo de una guerra civil entregando el mando del gobierno al cabildo para que usara la autoridad de manera “precautiva y preventiva”. Tres días después, Díaz Vélez debió abandonar la ciudad. Volvió a Santa Fe en dos siguientes campañas que tampoco fueron exitosas. Poco a poco se fue alejando de la vida militar dedicándose más al apolítica y a su labor se estanciero, perseguido por Rosas que le confisco su bienes, se exilió en La Banda Oriental. Regresando después de Caseros, recuperó sus bienes, se radico en la provincia de Buenos Aires y representó a los hacendados en diversas gestiones ante el gobierno. Eustoquio Díaz Vélez falleció en Buenos Aires, el 1 de abril de 1856. Llegó a ser el decano o miembro más antiguo de los militares patriotas nacidos en el actual territorio de la Argentina que gestaron la Revolución de Mayo.
Uno de sus hermanos el Tte. de Granaderos Manuel Díaz Vélez, combatió en San Lorenzo a las órdenes de San Martin, falleciendo días después del mismo como consecuencia de las heridas recibidas , Otro de ellos ( en total eran 12), el doctor José Miguel Díaz Vélez, que estudió en el Colegio de San Carlos de Buenos Aires y se recibió de abogado en la Universidad de Córdoba. Contrajo matrimonio en Buenos Aires, el 13 de octubre de 1796, con María del Tránsito Inciarte Montiel. Su suegro era el Piloto de la real armada Juan de Inciarte, de la partida demarcadora -entre otras- de límites con la frontera del Brasil, que fuera comandada por el célebre naturalista Félix de Azara. Este había ocupado hacia 1779 las tierras entre el arroyo “El Cordobés” (hoy Arroyo Urquiza) y el arroyo «Perucho Berna»; en 1785 las había comprado a sus propietarios, la rica y patricia familia santafesina de los Larramendi, a través de don José Teodoro de Larramendi. El casamiento con la hija de Inciarte lo relacionó con la costa entrerriana del río Uruguay. Al fallecer Inciarte prematuramente en 1800, Díaz Vélez se hizo cargo de la administración de la calera, fábrica de carbón, estancia para la ganadería, siembra y extracción de madera, puerto, posta y hasta herrería. En la villa de Concepción del Uruguay José Miguel Díaz Vélez colaboró con la Parroquia de la Inmaculada Concepción y fue elegido alcalde de primer voto del cabildo de esa villa para el año 1810, por orden del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros. Desde allí apoyó la Revolución de Mayo, y por su influencia, ese cabildo procedió a reconocer a la Primera Junta, sólo catorce días después de recibir la circular de su creación. Este fue el primer cabildo de los que en ese entonces se ubicaban en el hoy territorio entrerriano en adherir a la gesta emancipadora.
23 de agosto de 1813, combate de Rincón de Zarate
El 21 de agosto de 1813 el comandante militar de Zárate comunicó el desembarco de 150 marineros realistas, que se tirotearon con los milicianos locales y luego se retiraron a sus buques permaneciendo frente al puerto de Zárate en el río Paraná de las Palmas. Al recibir el aviso el comandante militar de San Fernando, Francisco Uzal, dispuso la salida hacia Zárate del alférez Don Ángel Pacheco al frente de 30 granaderos a caballo que se hallaban de guarnición en el lugar. El 23 de agosto Pacheco recibió aviso de que marineros realistas al mando del capitán Juan Antonio Zabala (el mismo oficial español que había sido derrotado por San Martín en San Lorenzo), habían desembarcado y que estaban arreando unas 500 ovejas de la estancia de Mariano San Martín, por lo que se dirigió a enfrentarlos. El encuentro se produjo en el campo de Las Palmas, perteneciente a José Antonio de Otálora.
El parte oficial dice:
«…el alférez D. Angel Pacheco a la cabeza de una corta fuerza de granaderos a caballo, chocó y rechazó en una carga franca y limpia, a los marinos que desembarcaban a la altura de Zárate, y bajo las órdenes del capitán Zabala arreaban hacia la hacia la costa a un considerable número de ganado…».
Los 30 bravos Granaderos, a las órdenes del Alférez Angel Pacheco, pusieron en fuga a los 150 realistas a las órdenes de Juan Antonio de Zabala.
Ángel Pacheco
Nace en Buenos Aires, el 13 de abril de 1793 y fallece en la misma el 25 de septiembre de 1869, educado como oficial por José de San Martín es uno de los principales comandantes de las tropas de la Confederación Argentina durante los gobiernos de Juan Manuel de Rosas. Es considerado uno de los más brillantes generales de la historia argentina, puesto que nunca perdió una batalla en que mandara. Fueron sus padres José Pacheco Gómez Negrete, abogado español radicado en el Río de la Plata y Teresa Concha Darragrande, nacida en el Reino de Chile, razón por la cual algunos historiadores lo dan por nacido en Santiago de Chile y no en Buenos Aires. Estudió en el Real Colegio de San Carlos. En 1811 se incorporó como cadete al Regimiento de Patricios, pasando el 22 de noviembre del año siguiente al Escuadrón de Granaderos a Caballo que poco después fue elevado a regimiento. Con esta unidad tuvo su bautismo de fuego en el combate de San Lorenzo. Su acción como encargado de proveer de alimentos y caballos el avance de los granaderos hasta el convento de San Carlos, y como observador avanzado en el combate le valió el ascenso a alférez del primer escuadrón, el 26 de febrero de 1813. Permaneció en el convento de San Carlos con un piquete de 40 hombres, con el que logró derrotar una tentativa de desembarco realista con fuerzas superiores en el combate de El Rincón de Zárate. Prestó servicios en el sitio de Montevideo. En noviembre de 1813 fue transferido al Ejército del Norte, y el 4 de diciembre fue ascendido a teniente. Cubrió la retirada de las tropas independentistas después de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, participando luego en las acciones de Puesto del Marqués, Venta y Media y Sipe Sipe, en la que recibió una gran herida en el brazo. En 1815 fue ascendido a ayudante mayor. En 1816 fue trasladado a Mendoza, donde se unió al Ejército de los Andes, cruzando a Chile a órdenes del general José de San Martín como parte de la escolta del comandante en jefe que dirigía Mariano Necochea. Bajo el mando de Necochea participó en el combate de Las Coimas. Luchó en la batalla de Chacabuco (12 de febrero de 1817), ganándose el ascenso a capitán que le fue conferido el 27 de febrero. Partió hacia Buenos Aires para llevar los trofeos obtenidos en Chacabuco; el director Supremo Pueyrredón lo ascendió a sargento mayor el 10 de marzo. De regreso en Chile participó en las acciones de Curapaligüe, Talcahuano, Cancha Rayada y Maipú. Hizo también la Segunda campaña al sur de Chile durante 1818 y 1819. Poco después de la batalla de Cepeda pasó a prestar servicios en Buenos Aires, y a órdenes del gobernador Manuel Dorrego hizo la campaña contra la provincia de Santa Fe, luchando en las victorias de San Nicolás de los Arroyos y Arroyo Pavón, y en la derrota de Gamonal. Por muchos años prestó servicios en la caballería de la frontera contra los indígenas ranqueles. Fue jefe de un batallón de caballería en la Guerra del Brasil, y se destacó en la victoria de Ituzaingó. Era el segundo jefe del Regimiento Nro. 1 de Caballería, cuyo jefe era el coronel Federico de Brandsen, que murió en combate. En el mismo campo de batalla tomó el mando del regimiento. Luchó también en las pequeñas batallas finales de la guerra, incluyendo la de Camacuá. Después de esta última, el 1 de mayo de 1827 recibió los despachos de coronel efectivo, y el 7 de septiembre es nombrando comandante en jefe del Departamento Norte de la provincia de Buenos Aires. En 1828 reemplazó al coronel Federico Rauch como jefe de la frontera norte con los indios, con sede en Salto, por orden del gobernador Dorrego, lo que le valió el odio del prusiano. Era un oficial de escuela y, como tal, quiso mantenerse ajeno a las luchas civiles. Pero, como entendía que su misión como militar era la de sostener a las autoridades constituidas, terminó enredado en la guerra civil. Se negó a secundar a Juan Lavalle en la revolución de diciembre de 1828 y quiso ayudar a Dorrego, pero este fue derrotado antes de que se le pudiera unir, y terminó refugiado en el regimiento de Pacheco. Su segundo jefe, Mariano Acha, se pasó a las fuerzas de los sublevados, arrestó a ambos y entregó a Dorrego a Lavalle, que lo fusiló. Se refugió en Santa Fe y regresó con Juan Manuel de Rosas, con el que hizo la campaña que terminó con la derrota de Lavalle, después de la batalla de Puente de Márquez. Hizo la campaña de 1831 contra la Liga del Interior dirigida por el general José María Paz, y derrotó a Esteban Pedernera en la batalla de Fraile Muerto. Participó de la campaña al desierto en 1833 como jefe de Estado Mayor de Rosas y llegó hasta donde hoy se levanta la ciudad de Neuquén. A su regreso fue ascendido a general; y durante la crisis de esos años fue elegido gobernador, pero rechazó el cargo. Durante los años siguientes fue diputado provincial y ministro de guerra en varias oportunidades, e inspector de guerra. Era amigo personal de Rosas, y llegó a ser un importante estanciero, en parte debido a premios otorgados por el gobierno. En agosto de 1840 quedó bajo el mando del general Manuel Oribe, y a sus órdenes peleó en la batalla de Quebracho Herrado como jefe de la caballería. Su acción decidió la victoria federal. Siguió su actuación a las órdenes de Rosas hasta 1951, cuando Urquiza se puso al frente de la oposición, ahí no se pusieron de acuerdo con la estrategia a seguir y el gobernador desconfiaba de su general. Sintiéndose dejado de lado, Pacheco se retiró a su estancia. Rosas fue derrotado en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852 y obligado a renunciar y exiliarse. Pacheco también abandonó el país y viajó por el continente americano, deteniéndose especialmente en La Habana. Regresó a Buenos Aires después de la revolución del 11 de septiembre de ese mismo año, en que Buenos Aires quedó dominada por los antiguos unitarios y se separó del resto del país. Organizó la defensa de la capital durante el sitio que le impuso el general Hilario Lagos. Pasó a retiro militar a mediados de 1853. Durante los años siguientes fue ministro de guerra del Estado de Buenos Aires, y enviado especial ante el gobierno del Brasil. Permaneció el resto de sus días en su estancia del Talar, que hoy es conocida como «Talar de Pacheco».
Elìas Almada
Correo electrónico: almada-22@hotmail.com
Fuentes: Colimodio Galloso “Granaderos Bicentenarios”, Ruiz Moreno, Isidoro J., Campañas militares argentinas, entre otras.
