20 años del largo camino hacia el exilo del Gral. San Martin

 

Hace 200 años  que los argentinos empezábamos nuestra orfandad, el  10 de febrero de 1824, el Padre de La Patria, Don José Francisco de San Martín y Matorras, partía hacia el exilio voluntario, acompañado sólo por su pequeña hija, Mercedes, de siete años.

Pero ese sería el último paso de un largo camino que lo trajo a Buenos Aires y cuyo primero se dio en Guayaquil.

Guayaquil

La entrevista de Guayaquil fue un encuentro de carácter privado ocurrido entre el 26 y 27 de julio de 1822, encontrándose José de San Martín y Simón Bolívar en la ciudad homónima, siendo un punto de inflexión en el proceso independentista sudamericano. El carácter reservado de la misma impidió conocer con exactitud las conclusiones y acuerdos a los que arribaron ambos libertadores y la documentación,   posteriormente hallada,  solo nos permite  conjeturar al respecto aunque con algunas certezas.

Según un carta de Bolívar a Sucre, escrita por el secretario del primero, el Gral. Josè Gabriel Pérez, la entrevista si bien fue cordial no permitió arribar a acuerdos sustanciales sobre la forma del gobierno del Perú, tema que fuera discutido en lugar de futuro de Guayaquil como mencionaron algunos historiadores y que según la misiva no se  conversó, pues  en el mismo Bolívar ya tenía decisión tomada, y no acepto  tener como subordinado a San Martin por la talla militar de este último, además don Josè se habría mostrado molesto con la actitud del gobierno de Buenos Aires y con parte de su oficialidad. Sobre el primer punto no debemos tener dudas,  Buenos Aires por ese entonces priorizaba lograr imponer su autoridad sobre el resto del país por sobre cualquier otra cuestión, en cuanto a la segunda, si bien es cierto que en Cuyo siendo gobernador supo enfrentar una sublevación, tiempo después,  cuando en Cepeda cayo el Directorio, toda la oficialidad lo confirmo en el mando del Ejercito mediante el Acta de Rancagua, por lo que no sería tan exacto aseverar este disgusto del general para con sus oficiales, puede que con alguno si por algún hecho particular. En esta  carta aportada por las investigaciones del historiador colombiano Armando Martínez  que la encontró en el Archivo Nacional del Ecuador, sin dudas  está contenida la opinión del mismísimo Gral. Simón Bolívar, pero no podemos asegurar que  sea taxativamente un relato de lo que allí ocurrió, en una parte del texto de la misma dice que San Martin le manifestó “que iba a retirarse a Mendoza; que había dejado un pliego anexo para que lo presenten al Congreso renunciando al Protectorado (de Lima) y que también renunciaría a la reelección que contaba se haría en él”, que fue lo que ocurrió luego, pero que cuesta entender que la haya manifestado en ese momento, pues San Martin no fue a Guayaquil con la intención de entregar el mando militar y político de  la campaña independentista a  Bolívar sino en búsquedas de acuerdos que permitieran  darle pronta finalización a la misma, alcanzado el objetivo deseado, además de ser muy parco y mantener silencio de las distintas cuestiones fuera del ámbito de quienes estaba involucrados.

San Martin también mantuvo una constante correspondencia  con algunos de sus amigos y subordinados luego de abandonar el Perú, además de recibir visitas como la de Alberdi o Sarmiento, si bien nunca se manifestó directamente sobre lo ocurrido en Guayaquil, hay estudios muy interesantes sobre  esta documentación de  historiadores como Roberto Colimodio  Galloso, Felipe Pigna, Rodolfo Terragno,  por nombrar algunos, que nos permiten concluir  que la visión de dicha entrevista por parte de Don Josè es bastante distinta; se encontró con un Bolívar un tanto soberbio por el poder alcanzado, hambriento de gloria, que no le dio consideración  a sus ideas  y planes y que esa postura bien diferente a la suya ponía en peligro el proceso independentista pues podría llevar a un enfrentamiento entre ambos, lo que le daría chances a los realistas de recuperarse de la derrota que venían sufriendo, estos serían los motivos por los cuales luego renunciaría a su cargos y abandonaría el Perú.

Como un ejemplo de los caracteres de ambos podemos citar el brindis en el banquete que Bolívar  le ofreció  a San Martin.

Mientras el venezolano brindo por las figuras de ambos, el correntino lo hizo por la Independencia Americana.

Posteriormente  Bolívar tendría innumerables diferencias con  oficiales y colaboradores sanmartinianos, Lavalle, Necochea, Estomba, por nombrar algunos y hasta la muerte de Monteagudo deja dudas sobre el comportamiento  de él.

 

De Lima a Santiago y de ahí a Mendoza

Luego de Guayaquil, el Protector del Perú, mientras estuvo en Lima, se dedicó a la organización de su ejército y a bosquejar su plan de campaña, que fue denominado «Plan de Campaña por Puertos intermedios”. Consistía este plan en atacar a los realistas por tres frentes:

-Un ejército expedicionario embarcado en el Callao debería de atacar a los españoles por los puertos intermedios del Sur, es decir, los situados en la costa entre Arequipa y Tarapacá.

-Otro ejército salido de Lima atacaría a las fuerzas realistas por la región del Centro, para evitar que se unieran a las del Sur.

-Un ejército argentino atacaría a los españoles por el Alto Perú (actual Bolivia), con igual objetivo.

Pero para la realización de este plan era necesaria la ayuda del Libertador Simón Bolívar, que desde Colombia conducía victoriosa la Corriente Libertadora del Norte, ayuda que San Martín no logró conseguir en la proporción que consideraba necesaria. Tampoco Buenos Aires le daría un apoyo  a estos planes.

El 20 de septiembre de 1822 lanzó una proclama a los peruanos donde comunicaba su decisión de alejarse de la vida pública. Era una decisión drástica: se retiraba de todos los cargos y dejaba sus tropas a Bolívar para que éste concluyera la campaña de la independencia.

En una parte de dicha proclama dice: “Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer la independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos. La presencia de un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga, es temible a los Estados que de nuevo se constituyen”. Josè de San Martin y Matorras

Al respecto escribe el Gral. Tomas Guido en “El general San Martín. Su retirada del Perú”, en La revista de Buenos Aires. Historia americana, literatura y derecho, Tomo IV, 1864, págs. 3-14.

“Entre los episodios memorables de la vida militar y política del general don José de San Martín, uno de los más importantes es sin duda su retirada súbita del Perú, en la ocasión en que fortalecido por sus triunfos, y apoyado por la opinión de los pueblos, había conseguido afirmar un ascendiente poderoso. Diez mil soldados aguerridos obedecían sus órdenes, y si bien no faltaban elementos de discordia, ni esas emulaciones turbulentas que suelen engendrarse con el envanecimiento de la gloria; es evidente que el jefe, querido de su ejército, se hallaba en actitud de domeñar toda resistencia a su prestigio. Daba además nervio a aquella fuerza respetable, la escuadra chilena dominadora del Pacífico, mandada por militares renombrados; al mismo tiempo que la posesión de las fortalezas del Callao, provistas de inmenso material de guerra, rendidas a nuestras armas el año de 1821, por una capitulación que me cupo la honra de negociar y firmar, facilitaba las operaciones del ejército que bajo la dirección de su esforzado caudillo, entró victorioso en la capital de Lima, extendiéndose hasta Tumbes en las provincias del norte.”

Sin embargo  San Martin se retiraba y le comentaba al propio Guido: “Hoy es, mi amigo, un día de verdadera felicidad para mí; me tengo por un mortal dichoso: están colmados todos mi anhelos; me he desembarazado de una carga que ya no podía sobrellevar, y dejo instalada la representación de los pueblos que hemos libertado. Ellos se encargarán de su propio destino, exonerándome de una responsabilidad que me consume”.

Al día siguiente, tras escribirle a Rudecindo Alvarado, su sucesor como jefe militar de las fuerzas libertadoras, y mantener una última charla con Guido partió desde el puerto de Ancón rumbo a Valparaíso, donde arribaría el 12 de octubre.

 

“Señor general don Tomas Guido.

A bordo del Belgrano a la vela, 21 de Setiembre 1822, a las 2 de la mañana.

Mi amigo: usted me acompañó de Buenos Aires uniendo su fortuna a la mía: hemos trabajado en este largo periodo en beneficio del país lo que se ha podido: me separo de usted, pero con agradecimiento, no solo a la ayuda que me ha dado, en las difíciles comisiones que le he confiado, sino que con su amistad y cariño personal ha suavizado mis amarguras, y me ha hecho más llevadera mi vida pública. Gracias y gracias, y mi reconocimiento. Recomiendo a usted a mí compadre Brandzen, Raulet, y Eugenio Necochea.

Abrase usted a mi tía y Merceditas. Adiós.”  Su San Martín

En Chile la sorpresa de la salida de San Martín del Perú era absoluta. Tras su desembarco el 12 de octubre lo esperaba Bernardo de O’Higgins, debilitado Director Supremo del Estado y principal sostén de la campaña libertadora al Perú en 1820. Pese a que fue recibido en Valparaíso y Santiago con grandes honores por sus colegas de armas y por sus fieles colaboradores, los días de San Martín en Chile fueron cortos y tuvieron un claro mensaje de despedida, expresó su deseo de mejorar su salud y regresar a Cuyo dando por terminada su vida pública, mientras que el propio O’Higgins presintió que su destino sería pronto similar. Acuciado por deudas y empréstitos, enemistado con buena parte de sus comandantes militares y navales, su figura era cuestionada. Tras descansar y recuperarse de los efectos de la fiebre tifoidea que lo afectó en su paso por Santiago, San Martín se entrevistó varias veces con O’Higgins y se despidió de sus conocidos pues deseaba pasar sin inconvenientes a Mendoza durante ese verano. El 26 de enero de 1823 inició el que sería su último cruce de la Cordillera de los Andes por el paso de Portillo. Dos días después O’Higgins se vio obligado a dimitir como Director Supremo de Chile, e iniciar su propio renunciamiento y exilio.

 

Enero de 1823 en el Perú

Mientras tanto en 1822 el congreso del Perú ordenó llevar una campaña contras las fuerzas realista acantonadas en  las sierras  del sur, en ausencia ya de San Martin, que la había planificado, designo al frente de la misma al Gral. Rudecindo Alvarado, esta campaña fracasó en parte por la impericia de algunos de  los jefes patriotas y también por la rápida y eficaz acción del jefe realista, el Virrey De la Serna.

Batalla de Torata

El 19 de enero de 1823, el Ejército Patriota, al mando del General Rudecindo Alvarado, es derrotado por el Ejército Real del Perú en «Torata», al mando del General Jerónimo Valdés.

Secundaron a Alvarado ente otros  el entonces coronel Mariano Necochea y el Sargento mayor Román Deheza, integrando sus fuerzas los batallones 1 y 2 del Perú, 4 y 5 de Chile, 11 de Los  Andes, Regimiento del Río de La Plata y Granaderos de Los Andes,  pese a contar, los patriotas, con una fuerza muy superior, la victoria fue amplia de los hombres del rey. Si bien desde las 9 de la  mañana  el ejercito del Alvarado ataco sucesivamente las tropas del Rey, estas acantonadas en las alturas resistieron y  por la tarde algunos movimientos desprolijos de la infantería patriota le dieron la oportunidad de  imponer su mejor pericia, con la suerte echada Alvarado se retiró del campo de batalla sufriendo  entre 500 y 700 bajas mientras los españoles unas 250.

 

Batalla de Moquehua

Los patriotas iniciaron la retirada, cargando a sus propios heridos, que fueron muchos. Casi sin municiones, agotados, caminando por interminables arenales, presos de la sed, intentan escapar del Ejército Real que los persigue, envalentonados por el triunfo, alcanzados por los realistas, a los patriotas no les queda más que hacerles frente. Poco pueden  hacer, siendo  arrollados por el empuje de los españoles. Lo que se inicia con un volver caras al enemigo, pronto se constituye en una huida desesperada. Es el «sálvese quien pueda». De a decenas son acuchillados por la espalda los hombres de Alvarado que huyen del Campo de Batalla. Tratando de agilizar el escape, arrojan sus armas y elementos personales, internándose en los arenales, buscando el puerto de Ilo, en manos patriotas.

 

Lavalle y las 20 cargas en Moquehua

Cuando desesperados, los soldados del Ejército Libertador del Sur, abandonan sus armas escapando de lo que se está convirtiendo en una verdadera carnicería, perseguidos por la caballería del general Valdez que los acuchilla sin piedad,  aparece la figura heroica del Sargento Mayor Juan Galo de Lavalle González Bordallo, el «León de Riobamba».

Con sus cuatrocientos Granaderos a Caballo, se interpone entre los soldados de infantería patriota y la caballería realista que los persigue. Enfrenta a los hombres del Rey, y los carga con bravura. Una, dos, tres cargas… y los realistas continúan su persecución… cinco cargas aguanta Lavalle… diez cargas… ¡quince cargas!…

Lavalle reúne a su escuadrón, que  ya es apenas un pelotón. Sólo quedan  130 valientes. El resto ha muerto, ha sido herido, o ha caído prisionero. El León los mira, y duda si volver a cargar o no. Están exhaustos, agotados, con sus caballos sin fuerzas. Sabe que aquellos bravos lo seguirán al mismísimo infierno. Pero no puede pedirles más.

Entonces  se escucha la voz de un Granadero que dice:

-¡Un Necochea aquí!

Lavalle siente en el alma aquellas palabras. Hirientes, que lastiman su orgullo y honor de Granadero. Mira a sus hombres y les dice:

-¡Lo mismo sabe morir un Lavalle que un Necochea! ¡Granaderos! ¡A la carga!

Y nuevamente los Granaderos van al frente, sin importarle la cantidad de enemigos, no peleaban por sus vidas, ¡sino que luchaban por la Gloria!

Luego de veinte cargas, los realistas detienen su persecución. Ya muy cara les estaba  resultando esa victoria. Los infantes patriotas derrotados pueden continuar su huida, cargando a sus compañeros heridos, sabiendo que los pocos Granaderos a Caballo que quedan, les  están cuidando sus  espaldas.

Sólo ochenta Granaderos quedan sobre sus monturas. Y uno de los que no está, es el inmortal  Sargento Serafín Melvares, aquel que invocó el nombre de Necochea. Cayó combatiendo en la última carga.

La batalla de Moquehua significo el fin del Ejercito de Los Andes, fue un dura derrota, pero una  de las páginas  más gloriosa de nuestros Granaderos a Caballo.

 

Manuel Evaristo Ortiz, combatiente peruano de  Torata y Moquehua

Nacido en la ciudad de Ica, en el sur del Perú. Había conocido  a San Martin el 8 setiembre de 1820, cuando el Libertador desembarcara su poderosa expedición en la Bahía de Paracas, que dio inicio a la Gesta Libertadora que lograría la Independencia al Perú. Luego lo vio hacer flamear aquella bandera primigenia, blanquirroja, dividida en cuatro campos diagonales, y decir con voz estentórea: “! El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos, y por la justicia de su causa que Dios defiende!”. Luego el General la volvió a batir tres veces más, y volvió a vociferar: «Viva la Patria”, “Viva la libertad”, “Viva la Independencia”.

Estos hechos,  colmaron de patriotismo, sin dudas,  el corazón del joven Manuel, y se unió al Ejército Libertador del General San Martín. Estuvo en la Campaña de los Puertos Intermedios. Fue uno de los 1390 peruanos que formaron parte de la Expedición, siendo uno de los derrotados y a la vez sobreviviente  en Torata y Moquegua. Luego su suerte cambió, y fue uno de los vencedores de Junín, en 1824. Estuvo también en el segundo sitio del Callao, por lo tanto en la rendición del último bastión realista en Perú el  22 de enero de 1826, y en la guerra con la Gran Colombia en 1828. Apoyando al General Felipe Salaverry y su revolución, -una de las tantas guerras civiles peruanas-, estuvo combatiendo entre  los años 1835 a 1836.

Cuando abandonó el Ejército, cansado de tantas guerras y muerte,  pasó a convertirse en leyenda. Porque Manuel vivió muchos años, 95 para ser precisos. Y así se transformó en el más longevo de aquellos soldados peruanos que siguieron en su lucha por la Libertad e Independencia, al Gral. San Martín. Manuel murió en Lima, el 11 de julio de 1899.

 

San Martin en Cuyo

Luego de un cruce sin mayores novedades fue recibido en Tunuyán, Mendoza, por el capitán Manuel de Olazábal, ex soldado suyo que formó parte del Regimiento de Granaderos a Caballo, quien pasado los años escribió en sus “Apuntes Históricos de la Guerra de Independencia”:

“Cabalgaba una hermosa mula zaina con silla de las llamadas húngaras y encima un pellón, y los estribos liados con paño azul por el frío del metal. Un riquísimo guarapón (sombrero de ala grande) de paja de Guayaquil cubría aquella hermosa cabeza en que había germinado la libertad de un mundo y que con atrevido vuelo había trazado sus inmortales campañas y victorias. El chamal chileno cubría aquel cuerpo de granito endurecido en el vivac desde sus primeros años. Vestía un chaquetón y pantalón de paño azul, zapatos y polainas y guantes de ante amarillos. Su semblante decaído por demás, apenas daba fuerza a influenciar el brillo de aquellos ojos que nadie pudo definir.”

San Martín fue recibido y agasajado  con admiración por el gobierno y pueblo de Mendoza. Allí manifestó que deseaba retirarse de la vida pública y dedicarse a las tareas agrarias como un simple labrador en las tierras que el gobierno revolucionario le había otorgado en 1816. Estas tierras, junto a otras donadas a los veteranos y retirados del Ejército de los Andes se encontraban en el sitio de Barriales en la margen izquierda del río Mendoza, hoy conocido como Departamento San Martín. En febrero de ese año inició sus labores como chacarero realizando las primeras tareas indispensables para poner en producción el predio de 200 cuadras como la dotación de riego, la construcción de una casa y el sembrado de la chacra.

Su presencia en tierras cuyanas no pasó desapercibida por el agitado ambiente político y militar que vivían las recientemente nacidas provincias argentinas. Algunos sectores importantes de política porteña no habían olvidado la reticencia de San Martín para con la dirigencia directorial. Otros lo consideraban directamente como un traidor a la causa de Buenos Aires. Estos recelos y cuestionamientos tenían en Bernardino Rivadavia, Ministro del Gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez a su representante más encarnizado,  quien junto a otros pergeñó una celada para matarlo cuando intentar llegara Buenos Aires, contratando forajidos para tal tarea. Le presencia de San Martin en Buenos Aires era esperada pues Remedios, su mujer, por razones de salud no pudo viajar a Mendoza para reencontrarse con su esposo, a quien no veía desde 1818. Pese a haber recibido cartas de la  familia Escalada que le informaban sobre la gravedad del estado de salud de Remedios en junio de 1823, San Martín no pudo viajar a verla pues estaba  alertado de que peligraba su vida.  Si bien organizó todo para ello dejando su chacra en manos de su amigo Tomás Guido con intenciones de realizar el viaje, no pudo concretarlo por las amenazas. Finalmente, Remedios falleció el 3 de agosto sin poder ver a su esposo.

 

A Buenos Aires

Afectado por la  muerte de su esposa y conocedor de que las campañas de difamación en su contra eran frecuentes en Perú, Chile y Buenos Aires, San Martín expresó a algunos amigos fieles el impacto que le causaba la ingratitud y los ataques a su persona. Sólo le quedaba su hija y finalmente  decidió ir en su búsqueda y marcharse de América. Así, tras liquidar los asuntos más urgentes que lo ataban a Mendoza, el 20 noviembre 1823 inició su último viaje a Buenos Aires pasando por San Luis. Llegó el 4 de diciembre sin escolta y con gran disimulo. Su gran preocupación era atender sus asuntos familiares por lo que rechazó todo tipo de actividad pública, sabiendo de antemano que el ambiente le era hostil.

 

Situación de la campaña libertadora de América en 1823 a inicios de 1824

Luego de la fallida campaña de los puertos intermedios y con Bolívar  al frente de todas las tropas, las acciones  principales de ambos contendientes estuvieron destinadas  a su reorganización, incorporación de tropas y movimientos tendientes a  consolidar sus posiciones o buscar otras más favorables  sin enfrentamientos significativos, recién el 25 de agosto se vieron las caras en batalla en la llanura al norte de Zepita a orillas del Lago Titicaca, fue victoria patriota comandada por el Gral. Andrés Santa Cruz con la decisiva participación de los Húsares de la Legión Peruana, cuyo jefe era el coronel Brandsen. 5 días después el Cnel. Isidoro Suarez (abuelo de Jorge Luis Borges) toma Arequipa. A partir de ahí las acciones militares volvieron a la rutina anterior y solo se terminaría la  tensa calma con la sublevación de El Callao. El Callao estaba custodiado por unos 2.000 hombres pertenecientes al Regimiento de Infantería del Río de la Plata (al mando del coronel Ramón Estomba), al Batallón N° 11 de los Andes (ambos de las Provincias Unidas del Río de la Plata), al Batallón N° 4 de Chile, a la Brigada de Artillería de Chile y a la Brigada de Artillería Volante del Perú.​ Eran las unidades remanentes de la División de los Andes, entonces al mando del general Enrique Martínez, que habían subsistido a la batalla de Moquegua. Los 300 soldados chilenos llegados con el coronel José Santiago Aldunate al puerto de Santa se hallaban en el vecino pueblo de Bellavista. La División de los Andes constaba en total el 14 de enero de 1824 de 1.338 hombres. Entre los prisioneros realistas del Callao se hallaba el coronel José María Casariego, en contacto con los jefes conspiradores; éste logró influir al sargento 1° Dámaso Moyano — mulato mendocino, hijo de esclavos, perteneciente al Regimiento de Granaderos — y al sargento Francisco Oliva, del Batallón N° 11. Estos sargentos instaron a otros sargentos y cabos de la guarnición a sublevarse con el objeto de reclamar la paga de un año que se les debía — 400.000 pesos — y que se les mejorara el suministro de alimentos (o rancho), el cual consistía en arroz podrido con charqui agusanado. Facilitó la disconformidad de la tropa el hecho de que el día anterior a la sublevación se le abonó la paga a jefes y oficiales sin nada para ellos, junto con el conocimiento de que las unidades serían trasladadas al norte del Perú para ponerse a disposición de Bolívar, contrariando su deseo de regresar a Chile y al Río de la Plata. Moyano y Oliva se cuidaron de no revelarles la verdadera intención de la sublevación: la entrega del Callao a los realistas. Cuando el 13 de febrero de 1825 regresó a Buenos Aires el escuadrón de Granaderos a Caballo con 10 jefes, 32 sargentos y cabos y 44 soldados al mando del coronel Bogado, junto con ellos llegaron los sargentos Francisco Molina, Matías Muñoz y José Manuel Castro, quienes fueron juzgados en consejo de guerra el 2 de noviembre y ahorcados en la Plaza del Retiro el 25 de noviembre de 1826.

 

Antonio Ruiz. El Negro Falucho

¿Historia o leyenda?

Nacido en Buenos Aires, Argentina o África, posiblemente fusilado en El Callao, Perú, entre el  4 y el 7 de febrero de 1824.

Fue Bartolomé Mitre quien narró su historia fundándola en supuestos testimonios orales que le habrían referido en forma personal militares de la época, concretamente el general Enrique Martínez, el coronel Pedro José Díaz y el coronel Pedro Luna; así como un testimonio escrito del coronel Juan Espinosa. Habría conseguido su libertad de la esclavitud, incorporándose a  los ejércitos patriotas, concretamente  integrando del Batallón N° 8 de Negros Libertos. Como miembro de esta unidad asistió a la campaña  libertadora de Chile, encontrándose en las memorables jornadas de Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú. Luego formó parte del Ejército Libertador del Perú, siendo integrante del Regimiento Río de la Plata, estando acantonado en la Fortaleza del Callao.

En la noche del 4 al 5 de febrero de 1824, las tropas apostadas en la Fortaleza se sublevan, encabezadas por  los veteranos sargentos Dámaso Moyano y Francisco Oliva, pasándose al bando realista. Luego de izar nuevamente sobre los muros del Fuerte Real Felipe la bandera española, se obligó a las tropas allí presentes jurar fidelidad al Rey y a su insignia.

El negro “Falucho” se resistió a tributarle honores a la bandera que fue enarbolada en el torreón de la “Independencia” con una salva general de todas las baterías de la fortaleza; al intimársele que lo hiciera, el valiente negro rompió su fusil contra el asta del pabellón rojo y gualda, a cuyo pie sería fusilado, mientras decía: «Malo será ser revolucionario pero peor es ser traidor».

Fue llevado frente al pelotón de fusilamiento, gritando «¡Viva Buenos Aires!» al unísono de la descarga. Su cadáver fue arrojado al exterior, desde lo alto de las murallas de la fortaleza.

Al respecto dice Colimodio Galloso: “bella historia sobre el sacrificio de aquellos negros, que nos dieron Libertad e Independencia”.  Y agrega “es válido aclarar, que hay dudas sobre la veracidad de la historia. Porque el apodo de «Falucho», tipo de sombrero militar, era común entre los soldados de color, lo que hace aparecer a otros «Falucho» -o quizás el mismo- en otros momentos de la historia. Hay en los listados militares, la presencia de un Antonio Ruiz, Cabo Segundo, del Regimiento Nro 8”.

Porque nos preguntamos si es historia o leyenda, porque seis años más tarde, el 20 de agosto de 1830, el general Miller, desde Lima, le envía una carta  a San Martín que vivía en Francia, en la que le refería que «el morenito Falucho, que era de la compañía de cazadores del número 8 y tomó una bandera en Maypu» le enviaba saludos.

 

Don Josè de Buenos Aires a Europa

Seguramente se encontraba feliz junto a su hija, y también es muy probable que recibiera algún reclamo de la familia Escalada por su ausencia en los últimos días de Remedio, cuestiones familiares que quedaron guardadas en esas mentes y corazones hace 200 años y que solo pertenecen a ellos. Mandó construir un monumento en mármol, en el cementerio de la Recoleta, para depositar en él los restos de su esposa Remedios, en el que hizo grabar el siguiente epitafio: “Aquí yace Remedios de Escalada, esposa y amiga del General San Martin”. Se hizo cargo de su hija Mercedes que estaba al cuidado de su abuela materna y a la que el gobierno de Buenos Aires le había quitado la pensión vitalicia que se le otorgara oportunamente en honor a su padre. Finalmente, San Martín solicitó la expedición de su pasaporte, sin el cual no le era posible abandonar la ciudad, que se le otorgó casi de inmediato el 7 febrero de 1824. Tras los arreglos más indispensables para abandonar el Río de la Plata y encontrarse con unos pocos amigos fieles, el 10 de febrero 1824, San Martín zarpó hacia Europa junto a su hija a bordo del navío francés “Le Bayonnais”. Concluía así una vertiginosa experiencia que cambió la historia de América y que para el Libertador representó tan sólo doce años de su vida.

El navío  que esperaba en la rada exterior tenía siete años. En sus orígenes era una gabarra militar, de 300 toneladas, con ocho cañones. Luego la gabarra fue transformada en este barco mercante, que transporta 233 toneladas de carga a través del Atlántico. “Le Bayonnais” era, según el general José de San Martín “un buen buque”. Junto con su carga, lleva uno que otro pasajero, contando, para ese fin, doce camarotes.

Esta semana zarpará rumbo a Europa llevando a “St. Martín, Jozé) ex Général), sa fille et leur domestique” y otros dos viajeros. Así lo ha asentado en el libro de a bordo el Capitán Coutard.

El destino será El Havre, en el norte de Francia, puerto donde tiene su base “Le Bayonnais”. Allí San Martín, su hija y Eusebio (Soto) transbordarán a un buque inglés que los cruzará a Southampton, en la costa opuesta del Canal de la Mancha.  Desde allí proseguirán por tierra a Londres.

De “Diario Íntimo de San Martín”. (Rodolfo Terragno).

“Nunca más volvería a pisar suelo patrio.

Atrás dejaba un Continente libre de las cadenas del oprobio y la esclavitud. Dejaba su Orgullo de Libertador. Dejaba Honores y Títulos, y se embarcaba en un viaje que no tendría retorno, hacia el ostracismo y el olvido de su pueblo liberado.

Las acciones militares de un héroe sirven de ejemplo a su pueblo, en tanto que las acciones civiles son una lección filosófica para la humanidad. Y nuestro Padre tuvo acciones militares y civiles por igual. Sin lugar a dudas, desde aquel día de febrero de 1824, los argentinos comenzábamos un camino de orfandad, camino que marcaría nuestros años por vivir.

¡Cuánto bien hubiera podido hacer aquel hombre en aquellos tiempos lejanos de incertidumbre y desasosiego si los odios y rencores que lo atacaban se lo hubieran permitido! Tal vez nuestro destino como Nación hubiese sido muy distinto. A veces pensamos que lo hecho por el nacido en Yapeyú, tenía su lógica de ser. Quizás él ya percibía, hace casi doscientos años, que el gen, el espíritu argentino, guardaba el germen de la desunión, desunión que ha marcado el último siglo de nuestra Historia. Es por eso que prefirió ir a vivir en paz a la vieja Europa su armoniosa soledad de Prócer.

Nos dio Libertad e Independencia, sabiendo que quizás no sabríamos ejercerlas.

Tal vez ese es nuestro karma.”  Roberto Colimodio Galloso

En febrero de 1829 llegó al puerto de Buenos Aires y pudo saber la infausta noticia del derrocamiento del gobernador Dorrego y de su trágico fusilamiento a manos de los unitarios de su ex subordinado Lavalle. Muy a su pesar, el general decidió no desembarcar. Muchos oficiales le enviaron cartas al barco y lo fueron a visitar con la intención de que se hiciese cargo del poder. San Martín se negó. Tomase el partido que tomase, tendría que derramar sangre argentina y estaba claro que no era hombre para esas faenas.

Falleció el 17 de agosto de 1850, lejos de su Patria, Chile y Perú le rindieron honores ante su muerte, el Gobierno de Juan Manuel de Rosas, quien recibiera el sable del prócer, solo se limitó a publicar un aviso  en un diario de la época, recién 1851 recibe el primer homenaje y es por parte del Capitán General Justo Josè de Urquiza quien el 16 de julio de  ese año manda erigir un monumento en su memoria, el mismo recién será inaugurado en 1910.

En 1864 el legislador nacional por Entre Ríos Martin Ruiz Moreno, acompañado por Adolfo Alsina de Buenos Aires, presenta el proyecto de ley para la repatriación de los restos de San Martín, que se concreta bajo la presidencia de Nicolas Avellaneda en 1880. Desde entonces sus restos reposan en la Catedral de Buenos Aires.

Es responsabilidad de todos los argentinos construir la nación que soñara el Libertador y así descanse en paz.

Elìas Almada

Correo electrónico: almada-22@hotmail.com

Fuentes: Escritos y publicaciones de Felipe Piña, Roberto Colimodio Galloso (Granaderos Bicentenarios), Rodolfo Terragno (Diario Íntimo de San Martín), La Opinión (San Luis 27/08/2023), Tomás Guido, “El general San Martín. Su retirada del Perú”, en La revista de Buenos Aires. Historia americana, literatura y derecho, Tomo IV, 1864, págs. 3-14., Carta de Bolívar a Sucre  (Archivo del Ecuador), Instituto Nacional Sanmartiniano (OLARTE, Dr. JORGE GABRIEL: El mito de los siete granaderos. La verdad sobre la repatriación de los restos del Libertador General Don José de San Martín en 1880. Anexo VI, VII y VIII. Buenos Aires, Prosa Editores, 2019, páginas 155-170. LIMONGI, EUGENIO FRANCISCO: «Repatriación de los restos del Gran Capitán», en José de San Martín Libertador de América, Instituto Nacional Sanmartiniano, Manrique Zago Ediciones, Buenos Aires, 1998, pp. 153-154.) Maria Cecilia Rossi (28 de mayo de 1880 La Repatriación de Los Restos del Libertador de América, Gral. Josè de San Martín), Bartolomé Mitre (Historia de San Martín y la Emancipación Sudamericana)