Innovador y capaz de generar energía sustentable. Dos cualidades que definen al producto de José y que, en línea con las tendencias actuales, lo convierten en motivo de sumo interés en países de todo el mundo. Qué es Biot, cómo se obtiene, cuál es su potencial y cuáles los problemas que enfrenta.
La energía no puede crearse ni destruirse, solo puede transformarse de una forma a otra. Eso plantea la primera ley de la termodinámica, y en ella encuentra sustento Biot, el innovador y sustentable proyecto de José “Vasco” Aramberri.
José es un médico veterinario radicado en Neuquén que ha establecido en su chacra de 4 hectáreas en Plottier su emprendimiento. Allí, transforma en “leña” o “aserrín” el orujo de manzanas y peras, es decir los restos sólidos de las frutas empleadas en la fabricación de sidras y jugos en el alto valle.
Fue su curiosidad la que lo llevó a descubrir el potencial en esto. Todo comenzó hace 13 años, cuando durante el ejercicio de su profesión observó que cabras y vacas estaban comiendo un gran cúmulo de una materia que hasta el momento desconocía. “¿Qué es eso?”, preguntó José, y le respondieron “ese es el orujo seco que tiraron las jugueras el año pasado”. Por su formación, sabía que el aporte nutritivo de esa sustancia no era significativo, por lo que hizo otra pregunta: “¿y no sirve para otra cosa?”. La respuesta lo dejó asombrado: “nosotros cocinamos y calefaccionamos con eso”.
Sin titubear, se llevó consigo un trozo de esa gran montaña de orujo, y al apreciar el perfil y notar su combustibilidad decidió enviarlo al Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) para conocer cuántas kilocalorías poseía. “Salió que tiene una cantidad de kilocalorías similar a la leña de piquillín o de algarrobo”, recuerda José. Fue el inicio de una aventura que lo atrapa y desafía hasta el día de hoy, a sus 71 años.
La obtención
En varias ocasiones durante la entrevista, José caracteriza su proceso productivo como “artesanal y primitivo”. Es que su creatividad e ingenio no se limitan al descubrimiento del producto sino al desarrollo de un proceso productivo que, en el caso de la “leña de orujo”, va desde el secado de la materia prima hasta el fraccionamiento y embalaje de los bloques.
El orujo llega en camiones volquetes proveniente de las sidreras y jugueras de la región. Dependiendo de su contenido de agua, el mismo es vertido en un playón construido para facilitar el drenaje o directamente sobre la gramilla de la chacra. Allí queda depositado para iniciar el secado al sol y la paulatina concentración del sólido.
Cuando el orujo alcanza la consistencia deseada, José lo carga con una pala a una máquina que usa para esparcirlo de manera más uniforme sobre la chacra, y moldearlo y cortarlo en bloques. Los mismos quedan nuevamente a la intemperie para que el aire y el sol terminen de secarlos. Finalmente se obtiene la “leña de orujo”, que es embalada en bolsones de arena de Vaca Muerta que José recicla, y luego almacenada.
Todo el proceso productivo es realizado por José en soledad. “No hay gente, no se consigue, y no exijo que estén capacitados, yo les enseño, solo pido responsabilidad”, indica “Vasco”, y admite estar ya “cansado”.
Además, reconoce la necesidad de cambiar la manera de producir, sobre todo la técnica de secado pues ralentiza todo el proceso. “Lo que estoy produciendo ahora, voy a venderlo en octubre o noviembre, cuando el invierno ya terminó”, sintetiza José. Sin embargo, se ilusiona con alcanzar este año los 100 camiones de orujo, que representarían cerca de 150 toneladas de seco.
La estacionalidad frutícola no representa un problema en la disponibilidad de materia prima, pues “las sidreras siguen produciendo caldo prácticamente todo el año, las grandes principalmente, ya que se nutren de la fruta que viene de los galpones de empaque”, aclaró José.
El producto
Estos bloques de orujo seco se asimilan a la leña, tanto por su aspecto como por su capacidad de generación de calor. No obstante, José destaca que las cualidades de Biot son superiores a las de la leña tradicional.
Algunas tienen que ver con su escaso contenido de humedad. En primer lugar, su encendido es inmediato, por lo que entrega calor al instante y durante dos horas, una vez que el pan se hace brasa. En segundo lugar, genera poco humo, “lo cual es muy valorado por la gente”, señala José. En tercer lugar, es muy liviano, por lo que “lo puede manejar desde un chico de 7 años hasta una señora de 80 años”, grafica.
Por otro lado, “Vasco” también destaca de la «leña de orujo» que es un producto muy limpio y que no modifica el sabor de los alimentos respecto de la leña tradicional. “Los usuarios que prueban Biot quedan encantados, lo han usado reconocidos chefs de la zona”, indicó José.
Sin embargo, su virtud más importante y diferencial es su sustentabilidad ambiental. “A mí, el mismo árbol me da leña todos los años”, sintetiza José. En línea con las tendencias actuales y con el auge de la economía circular, el valor ecológico de Biot se traduce en una gran valoración social y un mayor valor económico agregado. Este mes, logró que la marca sea certificada como Bioproducto, una distinción oficial que otorga el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación a los productos elaborados con materias primas renovables provenientes del sector agroindustrial, y que se destaquen por su innovación y aporte a la sostenibilidad.
Asimismo, José señala que la menor generación de humo implica una menor contaminación del aire, y que la huella de carbono de su actividad es muy baja.
A esta sustentabilidad ambiental atribuye José la enorme difusión internacional de Biot. “Me llaman de todas partes del mundo. Desde ingenieros que quieren ayudarme en forma gratuita hasta empresarios que quieren invertir en el proyecto. Todos del exterior, digamos Inglaterra, Chile, Francia, Bulgaria, México, e incluso India”, indica “Vasco”. Esta difusión global tuvo como punto de partida la participación de Biot en 2017 en “Innovar”, un concurso nacional de innovadores. Allí tuvieron contacto con una representante de una reconocida revista neoyorkina, lo que permitió que años después lo entrevisten y le hicieran una nota, y el video se viralizara.
“Este producto no existe en el mundo, lo sé desde el momento en que lo patenté pero lo reconfirmé con la difusión internacional que tuvo”, señala José.
Desafíos y problemas
Uno de los principales limitantes de la «leña de orujo» para la conquista de nuevos mercados es su bajo peso específico. Al ser voluminosa y liviana, y al tener como referencia el precio de la leña tradicional, el encarecimiento que implicaría el flete del producto más allá de la región afectaría notablemente la rentabilidad y sostenibilidad del negocio.
Consciente de ello, José miró más allá y el año pasado tomó una decisión que le abriría un abanico de posibilidades: la producción de “aserrín” o molido de orujo. Para ello, tuvo la idea de incorporar al establecimiento una cosechadora, lo que modificaría el proceso de manera significativa. Con esta “moledora automotriz”, como él la define, va directamente al orujo esparcido en la chacra para molerlo sin tener que cargarlo y llevarlo en un carro hasta una moledora.
Uno de los posibles destinos de este “aserrín” es la producción de pellets, combustible sólido y granulado que surge de la compresión de la biomasa. Con el mismo “se facilita mucho el flete, pues tiene mayor especifico y hace más conveniente el transporte, ocupa menos lugar”, explica José. Para ello se puso en contacto con un fabricante de pellets de Neuquén para hacer las pruebas y obtener las muestras. “Anda perfecto, se puede hacer tranquilamente”, señaló.
Además de generación de calor, un posible uso del pellet de orujo es la alimentación animal. En ese sentido, José se mostró particularmente interesado por su utilización en la acuicultura. “Tiene nutrimentos muy favorables para los peces, por ejemplo la alimentación del salmón en Chile es un mercado interesantísimo, y me pagarían mucho más que vendiendo leña”, apuntó José.
Con el molido también se puede fabricar harina de orujo, y José imagina su uso en la biocosmética o incluso en la elaboración de biopinturas. Son industrias que usan harina de madera como espesantes y José señala que, dadas sus cualidades físico-químicas similares, pueden reemplazarla con una alternativa sustentable como lo es la “harina de Biot”.
Considera que esto puede ser de gran interés en los mercados foráneos, por lo cual está gestionando desde noviembre la posición arancelaria para poder exportar. “Tarda, porque no existe este producto, entonces tienen que hacer un estudio para ver dónde lo ubican en sus distintas versiones”, explica José.
El segundo productor de sahumerios de Argentina lanzó recientemente una nueva línea sustentable que bautizaron como “fruit base”, para cuya fabricación emplean el molido de orujo de manzanas y peras de Biot. Es un cliente muy importante para el negocio de José, quien con congoja reconoce que no tiene la escala requerida para producir en la cuantía que la empresa les demanda y les demandará una vez que se concrete la apertura del mercado brasileño para los sahumerios sustentables.
Es que no todo es color de rosas en el emprendimiento de José. Reconoce que es necesario dar el salto a la industrialización pero que a sus 71 años no está dispuesto a encarar personalmente todos los problemas que implica tal concreción, por lo que se muestra abierto a acordar con algún tercero el aumento de la escala. “Yo cuanto mucho haría esto, yo te doy la idea y vos encargate de hacer el pellet, yo no quiero más”, indica, y a la vez señala que su mayor traba es el contexto nacional. “Hay una inseguridad total y completa, y una corrupción y desidia generalizada”, dice.
Entre los problemas del día a día, José señala 3. En primer lugar, el costo relativo de traslado de la materia prima desde las sidreras hasta la chacra. “El 85% de lo que viene es agua, y el sólido que queda es muy poco”, dice. Esto afecta la relación costo-beneficio del negocio, sobre todo considerando que las fábricas en las que se genera el orujo están ubicadas en Río Negro y la chacra en el extremo oeste de Plottier.
El segundo problema que menciona es la dificultad para conseguir camiones volquetes que le lleven el orujo hasta el establecimiento. “Este año conseguí camión prácticamente a fines de febrero, cuando ya la planta había empezado el 15 de febrero a moler, así que me perdí 15 días de llevar orujo. Eso gravita, porque yo dependo del clima”, aclara.
El tercer problema es la falta de mano de obra, a la que ya hicimos referencia. “Busco gente entre amigos, conocidos, acá y allá, y no pasa nada. Quiero que esto siga pero que alguien con hasta 50 años se haga cargo”, dice.
Es que otro tema que lo preocupa es que sus hijos no prevén hacerse cargo del emprendimiento. Hoy, más que el ánimo de lucro, a José lo moviliza conseguir la supervivencia y desarrollo de su iniciativa. “Yo ya dejo algo, un legado para el que viene atrás”, sintetiza.
Fuente Diario Río Negro