Columna de Astronomía. Porqué el año comienza el 1 de enero ??

 

Es un hecho bien conocido por todos (por lo menos eso es lo que esperamos aquellos que sabemos algo de Astronomía) que el calendario (el sistema que inventamos para nombrar el tiempo a largo plazo) y que define cuando «comienza» o termina el año, se basa en los movimientos cíclicos del Sol y la Luna en el cielo.
Estos movimientos a su vez se producen en respuesta a la rotación y traslación periódica de la Luna y la Tierra en el espacio alrededor del Sol (tal y como lo descubrirían hace más de 400 años Copérnico y Kepler).
Pero estos mismos hechos elementales tienen sin cuidado a la mayoría de los seres humanos que desde hace mucho tiempo dejamos de preocuparnos por lo que pasa en el cielo, en especial por la manera como los fenómenos astronómicos nos señalan el paso del tiempo.
La razón es simple (no hay que culpar a nadie): desde hace mucho distintos dispositivos tecnológicos (primero mecánicos y después electrónicos) «aprendieron» a imitar los ciclos astronómicos con alguna «precisión» (mas no con exactitud como veremos).
Como resultado es más fácil para cualquiera ver un reloj o revisar la pantalla de un celular para saber en «qué van» esos ciclos, que observar el cielo.
Justamente la desconexión entre lo que nos dictan nuestros relojes, celulares y computadores, y lo que realmente pasa a escala astronómica, es lo que nos hace celebrar con euforia cada «año» lo que no es más que el cambio en los «dígitos» del calendario (el paso de 2022 a 2023, de diciembre a enero y de 31 a primero).
Esta celebración desconoce, sin embargo, que dichos cambios no corresponden en realidad a ningún evento físico o astronómico de relevancia y tampoco al fin de ninguno de los ciclos astronómicos en los que originalmente se basa el calendario.
¿Hace esto menos importante la celebración del 31 de diciembre? Posiblemente no, especialmente si lo que se necesita es una excusa para organizar una fiesta. Pero detenerse un momento a reconocer nuevamente los hechos elementales que motivaron la celebración no le hace daño a nadie. Mucho menos si como subproducto de esta reflexión podemos encontrar una excusa para organizar otra fiesta más (esta sí basada en hechos astronómicos concretos).
El culto a los números enteros: como es bastante obvio el ciclo cuyo final supuestamente celebramos el 31 de diciembre tiene una duración similar a lo que tarda la Tierra en completar una vuelta alrededor del Sol, es decir un año. Sin embargo el «año» de los calendarios en computadores y celulares tiene una diferencia fundamental con el año verdadero (o año sideral como lo llaman los astrónomos).
La duración de ambos años (el de la fiesta de fin de año y el de la Astronomía) es medida en días (es decir en términos de lo que tarda la Tierra en dar una vuelta sobre su eje). Los problemas comienzan en el hecho de que el año sideral no contiene un número entero de días.
Si contáramos con los dedos, con rayitas o con palitos de madera, el número de días que tarda la Tierra en dar una vuelta al Sol (año sideral), este tiempo nunca podría ser contado con exactitud. Al llegar al palito 365, todavía seguiría faltando un poquito de tiempo para completar la vuelta alrededor del Sol (para ser precisos faltaría cerca de un cuarto de día).
Como los seres humanos somos bastante malos por naturaleza para trabajar con números no enteros (¡sí! no solo usted tiene ese problema), muchas culturas de la antigüedad (especialmente las que nos heredaron el calendario), al contar juiciosamente los días del año prefirieron detener la cuenta en 365 (o 366 como veremos) y olvidarse por un momento de la pequeña diferencia (¡craso error!).
Como resultado, cuando llega la media noche del 31 de diciembre de un año normal han pasado exactamente 365 días desde la última parranda; como explicamos antes, sin embargo, la Tierra no habrá completado todavía una vuelta alrededor del Sol. Si somos rigurosos, no hay entonces razón para celebrar ¿o sí?

Hasta allí la historia es bastante conocida. Como conocido es también el hecho de que si empezando en un determinado 31 de diciembre contáramos de 365 en 365 días, la pequeña «colita» del año sideral que eliminamos, empezaría a convertirse en una diferencia de 1 día (al cabo de 4 fines de año), 2 días (al cabo de 8) o 30 días (al cabo de 120 navidades). Si así lo hiciéramos, el que originalmente era un ciclo basado en el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, terminaría completamente desfasado de él.
Para evitar esto, un astrónomo romano inventó cerca del año 60 antes de la era común (a.e.c.) un truco ingenioso: cada 4 años el tiempo entre 31 de diciembre y 31 de diciembre es de 366 en lugar de 365 días. El día adicional (que sería agregado por decreto del Emperador después de la sexta jornada antes del primero de marzo, es decir en febrero, mes que por la misma razón tendría un segundo día sexto o bisiesto), permitiría corregir el conteo por los pedacitos de año eliminados en los 3 ciclos anteriores. Así pasó por ejemplo en el año 2020 y pasará de nuevo en 2024, 2028, etc. (pero no en 2100 por razones que es más complicado explicar aquí).
Si fuéramos estrictos y comenzáramos la cuenta este próximo 31 de diciembre de 2022 a la media noche, la celebración de fin de año (una vuelta completa de la Tierra alrededor del Sol) de 2023 debería hacerse, no el 31 de diciembre de ese año a la media noche, sino un cuarto de día después, es decir el primero de enero de 2024 a las 6 a.m. (incómoda fecha); 365 días y un cuarto de día después (otra vuelta) caería el primero de enero de 2025 a las 12 m; y así sucesivamente.
Bueno, esto solo si somos rigurosos astronómicamente hablando. Casi nadie lo es cuando existe la promesa de fiestas donde se come y se festeja.
Un lugar especial: pero hay un segundo «agravante» astronómico con nuestra eufórica celebración de fin de año. Si de escoger el inicio de un ciclo astronómico se trata, deberíamos fijarnos en un momento especial dentro del ciclo, uno que fuera diferente de otros momentos.
Así pasa por ejemplo con el día (otro ciclo astronómico): el punto de referencia que usamos para marcar el inicio del día corresponde a aquel en el que el Sol está más alto en el cielo (esta idea la heredamos a los romanos). Este es un instante diferente a todos los demás en el día (no pasa lo mismo con la salida o puesta del Sol por el horizonte que ocurren en instantes diferentes dependiendo de la época del año o del lugar de la Tierra en el que estemos).
Por razones prácticas (esencialmente para que la gente en medio de su jornada de trabajo no se confunda sobre el día de la semana en el que está) escogemos ese instante, no como el inicio, sino como la «mitad» del ciclo (el medio día); de ese modo el inicio queda definido a la media noche (0 horas dicen los relojes).
Lo que es claro de este ejemplo es que no podemos usar cualquier momento de un ciclo astronómico (el día o el año por ejemplo) para marcar el inicio del mismo.
Volviendo al año, si el movimiento de la Tierra alrededor del Sol fuera perfectamente circular, todos los días serían idénticos (astronómicamente hablando, por supuesto). Así, escoger un día arbitrario como el 31 de diciembre para celebrar el fin o el inicio del ciclo, no tendría ningún problema. Pero no es así. La órbita de la Tierra es «ovalada» (elíptica para ser exactos). Como resultado cada lugar de la órbita es diferente del resto.

Existen dos puntos sobre la órbita de la Tierra que tienen una característica peculiar. En el primero de ellos, llamado por los astrónomos «perihelio», la distancia de la Tierra al Sol es la menor de todas en su órbita. En el segundo, el «afelio», la Tierra está más lejos del Sol que el resto del año.

Si de escoger un momento para comenzar el año se tratase, cualquiera de esos dos puntos podría ser una buena elección. Pero ¿en qué fecha del calendario de mi celular inteligente la Tierra pasa por esos puntos? Pues depende. En 2023 por ejemplo el paso por el perihelio ocurrirá el 4 de enero en la mayor parte del mundo. Dos años después (en 2026), el paso por el perihelio (en parte por ese asunto de comerse la «colita» del año sideral y contar de 365 en 365), estará ocurriendo el 3 de enero.

Por otro lado, el paso por el afelio se produce entre el 3 y el 6 de julio.

Si fuéramos estrictos con los ciclos astronómicos nos tocaría escoger: o celebramos el fin de año (astronómico) cerca al 4 de enero o lo hacemos el 3 de julio. Como el peso de la tradición es grande imagino que se inclinarán, como yo, por el 4 de enero.

Sí, lo sé. Dentro de dos años, pasar del 4 de enero de 2025 al 3 de enero de 2026 no es muy emocionante «numerológicamente» hablando: no cambia ni el mes ni el año. En cambio pasar del 31 de diciembre de 2025 al 1 de enero de 2026 implica cambio de mes y de año. ¡Uy! ¡qué emocionante!

Deberíamos hacer una elección sabia: o volvemos a usar con rigor los ciclos astronómicos o seguimos celebrando simplemente el cambio de nombres y números en las fechas de un calendario artificial.

Así, que de común acuerdo, ¿ qué tal si tomamos como inicio de Año Calendario el 1 de enero de cada año ?.

Sea que esté o no preocupado por las diferencias entre los “años calendario”, “año sideral”, esperamos que haya pasado una excelente noche vieja y que éste nueva revolución alrededor del Sol traiga buenos tiempos.

 

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Hasta la semana que viene.