En recuerdo de Hebe «una utopía en acto»

Un grupo de militantes por los derechos humanos, políticos e integrantes de la Comisión Memoria, Verdad y Justicia de CdelU rindió homenaje a Hebe de Bonafini, fallecida el pasado domingo. tras la lectura de un poema de Víctor Heredia por parte de Melisa Grianta, Eduardo Ojeta por la Comisión leyó el siguiente texto:

LOS NACIMIENTOS DE HEBE

Hebe nació por primera vez un 4 de Diciembre de 1928 en El Dique, un barrio  portuario de Ensenada. Quiso  ser maestra, pero  su padres la enviaron a estudiar corte y confección, un destino común de las niñas de clase obrera  de esa época.  Allí vivió y se casó. Luego el matrimonio, los hijos Jorge, Raúl, Alejandra, la vida de un “ama de casa más”, como ella misma se definiera.

El otro nacimiento fue  cuando  secuestraron a su hijo, Jorge: “Yo me convertí en Hebe de Bonafini el día que se llevaron a mi hijo Jorge. El 8 de febrero se cumplieron 45 años, ese mismo día salí a la calle y nunca más volví”, dijo en una entrevista reciente. La  vida partida en dos: se iba Kika, el ama de casa, y nacía Hebe de Bonafini.  Pocos meses después la dictadura  le arrebataba a su segundo hijo, Raúl.

Un tercer nacimiento fue ese 30 de Abril de  1977 en que las Madres de Plaza de Mayo marcharon por primera vez, poniendo sus cuerpos frágiles  frente al poder genocida, el poder más aterrador que conozca nuestra historia. Los hijos estaban pariendo a una revolucionaria.

Hebe tenía tanta bravura y pasión, tanto coraje, que algunos podían olvidar la fragilidad y el dolor, que eran constitutivos y fundantes de todo lo que era y portaba. Del mismo material humano transido y desgarrado en el que se fraguaron todas las madres y abuelas. Cuanto se le criticó, más que por contradicciones o errores, fue por enfrentar y desnudar con un estilo único de imprecación plebeya y justa blasfemia a los genocidas militares y a los poderes  civiles cómplices del horror: corporaciones empresarias, jerarquías eclesiásticas, altos tribunales, medios de comunicación concentrados.

“¿Se hubiera podido forjar un núcleo de resistencia a la dictadura sin esa sensibilidad unívoca?” se preguntó  alguna vez Horacio González. ¿De qué manera se dice y se resiste un genocidio, en qué lengua ? ¿O es que ante todo se grita en medio  del silencio aterrado o cómplice?  Como dijo  el filósofo irlandés John Holloway, en una conferencia en la  universidad de Madres: “se oye en primer lugar un grito de dolor, del dolor más profundo que hay, pero un grito que no se queda con el sufrimiento. Un grito de rabia, pues, de rabia contra los asesinos y los torturadores, pero un grito que poco a poco se va convirtiendo en un grito de poder… en un grito de emancipación”.  Y ese grito, que  primero transforma la rabia  y el dolor en lucha y luego la lucha en alegría, es la voz de Hebe.

Las Madres nos donaron y enseñaron los derechos humanos en su versión más radical y genuina: una utopía en acto, una demanda siempre nueva, una crítica de fondo a la realidad existente. Y en el movimiento argentino de los derechos humanos, llevamos y  llevaremos siempre esa impronta como un mandato ético y político.

Y si hay algo completamente incompatible con la lucha de la Madres por los derechos humanos es el neoliberalismo, constituido por ese poder real contra el que Hebe luchó desde un principio, el que viene a traernos la miseria planificada, la violación de los derechos, las vidas de los niños aplastadas en los basurales de un presente impiadoso.

Las Madres nunca dormirán en el bronce vano de los monumentos. Están y estarán siempre despiertas en las luchas populares.  Algunos pudimos sentir que Hebe venía del futuro,  como una profecía en carne viva de los sueños que vendrán a cumplirse: en la dispersión de sus cenizas en la Plaza de Mayo Hebe seguirá naciendo una y otra vez junto a los hijos, en cada marcha, en cada protesta, en cada lucha. Su legado de puro nacer es infinito y nos trasciende, se abre  y se prolonga en los caminos todavía no descifrados de la historia.

Hoy celebramos su vida y simplemente besamos su mejilla, le  susurramos junto al pañuelo nuestra palabra de amor.

¡30 000 compañeros y compañeras desaparecidos, presentes, ahora y siempre!