Fue Juan y las esquinas de los barrios

(*) Juan calla mientras un estadio grita. Acaricia la naranja y sólo mira el aro. La soltará al aire en puntas de pie. Ya paró el mundo para hacer todo eso porque Juan es tranquilidad, con el mate en sus manos o con una pelota de básquet. Y la gente como Juan, tiene tiempo de no olvidar los detalles mientras todos son un volcán en erupción. Entonces el tiro será perfecto, no pisará las líneas que juntan las esquinas y se lo regalará en primer plano a un tipo en silla de ruedas. Ese hombre podrá contar para siempre que fue el que más cerca estuvo de ese tiro, después de Juan claro.
Ese tipo vio, que Juan y su discreción, se dirigen a la última esquina del barrio. Atraviesa la cancha en diagonal, al trotecito, sin que nadie se fije en él. Salvo el tipo en silla de ruedas. Juan va con la calma que le regala a sus Escuelitas y Mosquitos en cada entrenamiento o en cada jornada de minibásquet. Va a estaquearse en el rincón, camina hacia el final que soñó tantas veces.
Juan está parado, casi cayéndose de la cancha. Pero sabe perfectamente qué tiene que hacer si por una puta casualidad de la noche la bola llega a sus manos. Está escondido. La pelota y todas las miradas van con Elnes. A Bolling no le pesa, ya definió historias parecidas. La gente, sus compañeros, los rivales, los bancos, los entrenadores y los relatores, todos, miran al 10. Hasta el cantinero al que le gritaron asomáte que es la última. Parque pierde por uno, en casa y con su gente, ante uno de los mejores de la Conferencia Sur. La última bola, el reloj y la victoria son de Bolling. O la derrota en todo caso. Y todos van con él. Hasta Alejo Barrales, de los mejores bases de la Liga Argentina, se tienta en triplicar la marca a Elnes. Y lo descuida a Meyer, en la soledad del último farol.
Elnes también ya lo vio, ahí solo y parece demorar su última asistencia. Juan espera tranquilo. Abre sus manos en la esquina, cuando el reloj asfixia el último tiro. Que Juan haga ese tímido gesto es cómo que otro te grite dámela de una puta vez. Lo que nadie se acordará hoy es que dos ofensivas antes, Bolling clavó un triple con Juan parado solo en el mismo lugar. Lo que menos alguien registrará esta mañana es que una ofensiva antes, Boffelli cometió falta en ataque y mientras se lamentaba en el piso por la pelota perdida, Juan la tiró desde el mismo rincón y la metió. Pero esta vez vale en serio y un triple sobra perdiendo por uno. Esta vez no hay margen de error. No quedará casi nada tras ese tiro. Y Juan, discretamente, mientras Elnes los junta a todos en la pintura, abre sus dos manos en un gesto desapercibido para casi todos pero desesperado para él. Con las luces y las fotos apuntadas a otro lugar, esta vez el último tiro es para el gurí del club, que se quedó en cancha tras las 5 faltas del base titular.
Juan la tiró y la naranja viaja a besar la red tras una parábola perfecta. Será triple, triunfo, delirio, explosión de un estadio, música, abrazos y carnaval anticipado en las calles del Sur. En tiempos donde el perfil bajo parece ser una especie en extinción, Juan comulga con eso todos los días. El deporte premia esas cosas, cada tanto. Anoche pasó otra vez, por eso con menos de un segundo en el reloj la bola de Erbel De Pietro, de sobrado talento, no entró en el otro canasto cuando quedaban unas décimas de sufrimiento.
Anoche, el básquet lo eligió a Juan sobre el aro de Cochabamba. En esa misma esquina
donde Juan Meyer les enseña con tanto cariño a los gurisitos del club que recién caminan. La pelota salió de ahí, de la misma esquina. Las cada vez más necesarias esquinas de los barrios, que son amistad y una puerta abierta siempre para cruzar historias y tomarse una birra bajo un techo de estrellas. Fue Juan, el de siempre. El de hace muchos años y el de anoche. Fue la mano de todos los Juanes que vendrán. Fue Juan, la silla de ruedas, el último rincón y esa esquina del barrio.
* Por Marcelo Sgalia
(Foto: Santi Lacava).