Esta semana, dejaremos la parte de “ciencia dura” de la Astronomía, trataremos hoy una rama que es la Cosmogonía, que es la ciencia que trata del origen y evolución del universo, pero desde el punto de vista de los pueblos originarios.
La civilación occidental, está acostrumbrada a usar los mitos y leyendas de las civilizaciones griega, romana y arábiga, pero, todos los pueblos de la antigúedad tuvieron su visión particular del cielo que podían ver mucho mejor que nosotros hoy con la inmensa polución lumínica que tenemos.
Nuestros pueblos originarios: guaraníes, minuanes, tehuelches, charrúas, mocovíes tenían sus hermosas leyendas sobre el Universo.
Hoy, para hacer un paréntesis en nuestras excursiones por el cosmos, trataremos, tal vez, la más linda de todas las leyendas: la de la Cruz del Sur, como se conoce en la cosmogonía occidental y que en la cosmogonía Tehuelche es llamada “cohoiols”.
Y aquí la tenemos:
Dicen las abuelas tehuelches que todo ha nacido de alguna manera, ya sea queriendo o sin querer, y que la mayoría de las cosas han aparecido «hace tantos años que no se puede contar».
Tal es, por supuesto, el caso de la Cruz del Sur, que en tierras tehuelches recibe el nombre de choiols. Y en ese nombre esta cifrado su origen.
Esta es la la historia.
Una tarde, hace muchísimos años, un grupo de hombres estaba cazando con boleadoras (iatchicoi) iban tras el rastro de un gran ñandú macho (Kank) que se les venía escapando desde hacía tiempo.
Muy arisco, no bien presentía la presencia humana huía velozmente hasta quedar fuera del alcance de sus perseguidores.
Esa tarde en particular acababa de llover y entre las nubes había salido el sol que se iba poniendo lentamente.
Los hombres lo fueron cercando, pero el ñandú se escapó otra vez y enfiló hacia el sur.
Los cazadores corrieron tras de él, arrojándole flechas y boleadoras. Pero ninguna pudo alcanzar al escurridizo animal.
La persecución siguió.
Más allá, sobre el filo de la meseta, hacia donde se dirigía el ñandú, el Sol había pintado un hermoso arcoiris (gijer).
Justo en ese momento, el más ligero y resistente de los cazadores, llamado Korkoronke, se acercó bastante. Pero el ñandú astuto, sabiéndose acorralado en el borde del abismo, giró bruscamente y, como si se lanzara al vacío, apoyó una de sus patas sobre el arco iris que surgía justamente desde allí. Y empezó a trepar por ese camino de colores con sus largas y elásticas zancadas.
Korkoronke, el gran cazador quedó azorado. Pero se recuperó rápido y lanzó su boleadora de tres bolas en un último y desesperado intento por atraparlo.
El viejo ñandú hizo un paso al costado y las boleadoras pasaron de largo.
Así escapó para siempre de sus perseguidores quienes, al volver esa noche tuvieron que soportar las burlas de todo el campamento.
Nadie les creyó la fantástica huida del ñandú por el camino del arco iris.
Pero, cuando cayó la noche el cielo les dio la razón, porque vieron brillar varias nuevas estrellas.
Dicen las abuelas tehuelches que una de las huellas que el ñandú dejó en su carrera sobre el arco iris quedó para siempre grabada en el cielo, dibujada con cuatro estrellas.
La llamaron choiols, que significa «huella de ñandú en el cielo».
Esta constelación no es otra que la Cruz del Sur, el inevitable punto de referencia de todos los caminantes y marinos del hemisferio austral.
Aquí vemos una imagen de la Cruz del Sur con los brazos destacados en rojo.
Pero veamos, seguro que nunca ha visto la huella de un choique en la arena, pues aquí tiene dos huellas, una de ellas remarcadas en color rojo:
Y, ¿ como queda la huella en la Cruz del Sur ?. Así es como queda cuando se superpone la huella en las cuatro estrellas de la Cruz del Sur:
Calza exacto, muy lejos no andaban, ¿ verdad ?
Bien, mientras tanto, qué pasó con las boleadoras?:
Korkoronke no pudo hallar sus boleadoras en el suelo.
Pero las descubrió en el cielo, convertidas en una nueva constelación que recibió el nombre de cheljelén. Que no es otra que las Tres Marías.
Por hoy, no hemos hecho contribución en ciencias exactas pero sí en ciencias sociales. La Astronomía es, tal vez, la única ciencia que se nutre de todas las demás.
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