Un fueye en la peatonal

«La peatonal de Concepción tiene ese que se yo viste…». Un fin de semana de cuarentena, con los barbijos dominado el paseo y los negocios anhelantes de clientes, Miguel le va poniendo música a la tardecita, para que no sea todo tan gris y triste.

Con el bandoneón abrazado a sus rodillas, los dedos van tocando los botoncitos blancos que se transforman en bellos tangos que emprenden el vuelo sobre el paseo uruguayense. Miguel, sin dejar de tocar, cuenta que “empecé a bailar tango y un día me hice amigo de un viejo, un tanguero de acá, Pascal, que me empezó a enseñar”. La gente pasa y deja unos mangos que harán más llevadero el fin de semana, aliviando la dureza de los tiempos de pandemia. Mientras arranca el segundo tango cuenta que “en orquesta no llegué a tocar. En Paraná, donde vivo ahora, habíamos arrancado con una pero no funcionó. Toqué en cuarteto, tríos, siempre tangos, siempre”. Y cuando se habla del 2×4, inevitablemente surgen Pichuco y Astor.  Miguel no duda: “Troilo, es más bailable”.

Los caminantes pasan, van, vienen, algunos con bolsas de sus compras, otros arrastrando sus gurises. Algunos se inclinan y dejan unos pesos en la caja del bandoneón, el gran amigo de Miguel, mientras arranca otro tanguito mientras la tarde se va muriendo en La Histórica.