Mujeres en el nacimiento de la Patria

Desde  los tiempos de las Invasiones Inglesas y durante las luchas por la Independencia, nobles y valerosas mujeres participaron de diversas acciones; algunas obtuvieron el reconocimiento de la Historia, otras no; justo es recordarlas en su día.

María Catalina Echevarría de Vidal

Confeccionó la bandera argentina que se enarboló, por primera vez, el 27 de febrero de 1812. Supervisada por Manuel Belgrano, compró telas, unió los retazos celeste y blanco y agregó hilos dorados a la terminación, una tarea artesanal que demandó al menos cinco días y para la que necesitó asistencia de dos vecinas. Era hija de inmigrantes vascos,  forma parte de la historia argentina por un simple giro del destino,  por la amistad que unía a Belgrano con Vicente Anastasio de Echevarría, hermano de María Catalina y hombre de activa participación política en la época, este  permitió que el creador de la bandera aceptara alojarse en la casa familiar de los Echevarría, en la por entonces Villa del Rosario, donde  Maria Catalina lo conoció. La necesidad de tener un símbolo distintivo para su ejército, decidió a Belgrano a pedir la colaboración de la mujer para su confección. El 20 de febrero deslizó la idea en una charla privada. Ella aceptó encargarse de la tarea de inmediato.

Mujeres sanmartinianas

Si bien es sabido que San Martín no permitía mujeres en el ejército por él creado, ellas hicieron grandes esfuerzos. La creación de la Patria necesitaba, además de corazón y fe, trabajo. Todas las mujeres patriotas de Cuyo se enaltecieron tejiendo ponchos, cosiendo uniformes y banderas, preparando las provisiones para el largo viaje, donando sus joyas para obtener fondos que siempre escaseaban y cediendo al ejército sus hijos, sus maridos y hasta sus esclavos quedando ellas al frente de la economía familiar. Las hubo patricias costureras, las bordadoras de las banderas de los Andes con Remedios Escalada de San Martín a la cabeza, fueron  ellas:

Dolores Prat de Hiusi (1775 – 1834)

Nacida en Valparaíso, Chile. Después del desastre de Rancagua, en el que murió su marido, se trasladó a Mendoza huyendo de la persecución realista, que llegó hasta la confiscación de sus bienes. La familia Ferrari la acogió en su hogar, cuyo jefe era don Joaquín, el comerciante que puso a disposición de la empresa de reconquistar Chile todo su haber, donde celebró San Martín la noche de Navidad del año 1816. Estaban con él doña Remedios y Mercedes Álvarez, que fuera a Mendoza acompañándola; un grupo de militares: Las Heras, Soler, Zapiola, Necochea, Escalada, Melián, Olazábal, algunas señoras y la familia de Ferrari.

«Al filo de la medianoche fue cuando San Martín brindó por la felicidad de todos ellos, los éxitos de la patria naciente y la libertad de los hermanos chilenos. Recordó que pocos meses antes habíase declarado la Independencia de nuestro país y se le dio bandera que lo distinguía de los demás pueblos de la tierra. Con esa bandera quería él salir a realizar su empresa emancipadora y no con banderines de partidos ni estandartes insurgentes. Por eso pedía a esas señoras, a aquellas niñas, que la hicieran y le bordasen en su centro los laureles del triunfo, el olivo de la paz y el trabajo, el sol naciente como una nueva nación, el gorro frigio de la libertad y las manos dadas e n fraternal unión indispensable para los americanos si es que realmente deseaban subsistir.»- explicita González Arrili.

La misma Dolores fue la que dibujó, sobre el centro de la tela ya unida, el óvalo del escudo, y «como para todo tenía ingenio» tomó «una bandeja de plata, que había en el comedor» y pasando un lápiz contra los bordes quedó marcado el óvalo deseado. Junto a su amiga íntima, Laureana Ferrari (mucho menor que ella), Margarita Corvalán, Remedios Escalada, y su acompañante la señora de Álvarez, al día siguiente pusieron manos a la obra que terminaron al amanecer del 5 de enero (ya 1817.) Fue así como el nombre de esta dama chilena quedó unido históricamente al episodio de la confección de la Bandera de los Andes. La victoria de Chacabuco librada el 12 de febrero de 1817, que diera el primer triunfo al Ejército de San Martín consiguiendo la libertad de Chile, permitió a Dolores Prats retornar a su patria donde falleciera diecisiete años después.

Margarita Corvalán o Corbalán

Nació en Mendoza cerca del 1800, hija de Domingo Roge Corvalán y de Manuela Sotomayor, hermana del general Manuel Corvalán. Se casó en 1827 con Luis de San Pedro Anzorena de Montes de Oca.

En 1828 ambos emigraron a Chile, donde Margarita murió muy joven y sin hijos.

Aporto sus aros de topacio para  la confección de la bandera

Narcisa Santander

Si datos biográficos de ella solo podemos decir que desarmó una gargantilla de 342 pequeños diamantes de primera agua que fue bordándolos de a tres en cada hoja de laurel.

 

Mercedes Álvarez Morón (1800 – 1893)

Nació el 8 de septiembre de 1800 en Mendoza, hija de Damián Álvarez y Manuela Morón, hermana del general Bruno Morón y del coronel Juan Bautista Morón, ambos militares patriotas. Fue enviada a estudiar a la ciudad de Buenos Aires, alojándose en casa de Juan Bautista Morón. Cuando el general José de San Martín llamó a su esposa Remedios de Escalada a su lado en Mendoza, Mercedes Álvarez la acompañó como su dama de compañía y allí se incorporó al círculo íntimo del Libertador. Para darle más brillo y esplendor  al sol de la bandera colocaron pequeños diamantes de un anillo suyo. En 1828 contrajo matrimonio con Tiburcio Segura.

Fue la única que pudo volver a ver la bandera fruto de su trabajo en la casa de gobierno de Mendoza, poco antes de su muerte acaecida el 10 de noviembre de 1893.

 

Laureana Ferrari de Olazabal

Laureana Ferrari nació en Mendoza, Virreinato del Río de la Plata (Argentina) el 4 de julio de 1803, hija de Joaquín Ferrari y María del Rosario Salomón.

Su padre adhería a la causa patriota y tanto el general José de San Martín como Remedios de Escalada eran huéspedes habituales de su hogar.

Laureana Ferrari se destacaba entre las jóvenes de la ciudad cuyana por su patriotismo y se convirtió en amiga íntima de Remedios de Escalada, acompañó a Remedios a comprar el género necesario. La bandera se hizo en su casa y luego de cuatro días y sus noches pudieron terminarla antes de la fecha comprometida. De dos abanicos de su propiedad y una roseta de la madre sacó las lentejuelas de oro y varios diamantes que adornaron el escudo. San Martín solicitó personalmente la mano de Laureana Ferrari en nombre de su oficial Manuel Olazábal y fue su padrino de boda en 1819, así como del primero de sus hijos. En el transcurso de las guerras civiles argentinas su esposo sufrió el destierro en diversas oportunidades y sus hijos actuaron en uno y otro bando. Murió en Buenos Aires el 6 de septiembre de 1870.

Las espías del Libertador

Sin demasiados datos, como haciendo honor al tipo de tareas realizadas,  varias mujeres  de las que solo se recuerdan sus nombre  fueron espías del Libertador. Mercedes Sánchez, Eulalia Calderón y Carmen Ureta, quien, tras la victoria patriota, fue condecorada por el nuevo gobierno de Chile. El riesgo para las espías era muy grande dado el salvajismo del Tribunal de Vigilancia. Manuel Pueyrredón cuenta en sus memorias los padecimientos de una de estas valientes mujeres, la señora Agueda de Monasterio, quien fue torturada hasta la muerte. A sus deudos les prohibieron enterrar el cadáver como escarmiento. Quizás la más destacada es precisamente  una de la que nunca se supo su nombre, la agente conocida con el seudónimo de la Chingolito, que llegó a infiltrarse en la intimidad de la máxima autoridad española de Chile, Casimiro Marcó del Pont, y convertirse en su amante.

La Pancha Hernández

Era una morocha alta y esbelta, de largas trenzas renegridas como la noche más oscura. Estaba casada con el Sargento de Granaderos Dionisio Hernández. Puntana para más datos,  participó, luchando como una leona contra la intentona de los prisioneros realistas de San Luis, estando en la primera línea de pelea. Cuando los granaderos puntanos tuvieron que cruzar la Cordillera de los Andes y unirse al triunfador Ejército Unido, ella misma en persona le pidió al General San Martín unirse a los troperos, y así poder estar junto a su marido Dionisio. Tanto fue el ardor de su pedido, que el Libertador accedió, siendo una de las pocas mujeres que se unieron a las filas del Ejército Libertador.

Cuando La Pancha tuvo el visto bueno, se cortó sus trenzas renegridas, se colgó un sable a la cintura y se vistió con el uniforme de Granadero, viajó con el Ejército Libertador hasta el Perú, en su Expedición Libertadora. Hizo la Campaña de la Sierra y entró triunfal a la Ciudad de Lima, siempre acompañando a su esposo. Se sumó a la fatídica Expedición de los Puertos Intermedios.

Dicen que en la derrota de «Torata» la vieron luchar con el mismo arrojo y denuedo que cualquier otro Granadero.

Dicen que cuando los patriotas volvieron a ser atacados dos días después en «Moquegua», fue parte del «Escuadrón Sagrado»…

Nos cuenta el General Espejo:

«A la vista de tan angustioso cuadro, nos reunimos como cuarenta, entre oficiales y jefes, armados como estábamos, unos con sables, espada o lanza, pero todos con pistola y formamos el Escuadrón Sagrado, como algunos lo denominaron, para proteger en lo posible aquella masa enceguecida por el pánico. Se le dio el mando al Comandante D. Juan Lavalle contándose entre las filas a Pringles y al sargento distinguido don Dionisio Hernández, natural de San Luis, que llevaba a su lado a su esposa La Pancha (también puntana), vestida de uniforme militar y armada de sable y pistolas como era su costumbre en los combates en que estaba su marido  que  fue herido en ese encuentro, y La Pancha, lo tomó del brazo, siendo su muleta, caminando por interminables arenales, hasta que pudieron llegar al puerto de Ilo y salvar el pellejo, llegó a Lima, cansada, cubierta de polvo, heridas y gloria..

Dicen que nunca más se supo de La Pancha y su Dionisio, seguramente extraviados en las nieblas de la Historia.

JOSEFA TENORIO

No se sabe cuándo nació, ni cuando murió. Se sabe, sí, que era negra como la noche, y esclava.

Era propiedad de Doña Gregoria Aguilar. Cuando el Ejército de los Andes se aprestaba para el vámonos, ella se presentó en el Plumerillo: quería ser de la partida. ¿Porque? Porque sabía que si los realistas ganaban la guerra ella moriría esclava, como el resto de los negros del país. Por lo menos, aunque sea luchando contra los godos, podría ganarse su libertad a sangre y fuego. Cruzó los Andes, y llegó a integrar la Expedición al Perú.

Poco y nada se sabe de ella. Sólo tenemos una carta que Josefa le escribió a San Martín, pidiendo por su libertad, que ella ya creía bien ganada. En esa carta, narraba a modo de foja de servicios, su sacrificio y entrega por la Libertad Americana.

Esa carta dice así:

“Señor: Josefa Tenorio, esclava de doña Gregoria Aguilar, ante Vuestra Soberanía con el más profundo respeto digo: que tengo prestados mis servicios personales a la madre Patria con el valor de que no todos los hombres son capaces, así es que apenas rugió el rumor de que el enemigo común volvía en setiembre del año pasado a querer esclavizar a los habitantes de esta capital de los libres, cuando me visto de hombre y corro presurosa a recibir órdenes, y tomar un fusil, en efecto, se me alista en Palacio, con sable y pistola, y con los nombrados voluntarios para consultar el fuerte, patrulleo, ronda y no me excuso a la fatiga. Luego salgo a campaña en mi propio caballo y el señor General en Jefe Gregorio Las Heras me confía una bandera para que la sostenga y defienda con honor, agregándome en el punto de Manzanilla al cuerpo que mandaba el señor Teniente General Toribio Dávalos, a las órdenes de ese acreditado jefe sufro el rigor de la campaña y concurro con acreditado desempeño al sitio de los Castillos del Callao y sus fuertes tiroteos, y a las acciones tan reñidas que dimos en San Borja, Chacra Alta, Copacabana y Puruchuca (1820-21). Mi sexo no ha sido impedimento para ser útil a la patria, y si en un varón es toda recomendación de valor, en una mujer es extraordinario tenerlo. Suplico a Vuestra Soberanía que examine lo que presento y juro. Y se sirva declarar mi libertad que es lo único que apetezco – Josefa Tenorio, esclava de doña Gregoria Aguilar”.

Sabemos que el Libertador accedió a su pedido, y fue agregada al primer sorteo que hubiera, porque los negros así obtenían su libertad, a través de un sorteo. Los afortunados eran libres, los desafortunados seguirían combatiendo hasta el próximo sorteo… sí aún estaban con vida.

No sabemos si la suerte le fue esquiva o no. Lo cierto es, que la negra Josefa Tenorio, se pierde en las nieblas del tiempo. No tuvo la dicha de ser recordada como Falucho, Barcala, o María Remedios del Valle.

Sólo esa carta la recuerda, a aquella Gloriosa mujer, que supo ser abanderada del General Juan Gualberto Gregorio de Las Heras, y cuyo sexo, y color, no supieron ser impedimento para ser útil a la Patria naciente.

 

Pascuala Meneses

Se dice de origen chileno, flaca desgarbada, muy mal hablada  pues se crio entre paisanos de poca educación y acostumbrado  a las tareas rurales,   se vistió de varón y se presentó como voluntario, cambiando su nombre por el de Pascual. Incorporada a una de las columnas fue descubierta su identidad en plena marcha por el  Gral. Las Heras, quien la hizo improvisar un vestido con un capote militar y  la hizo volver a Mendoza. Allí se pierden sus pasos y no hay ningún otro dato de ella.

Elías Almada