En el peor momento, las peores decisiones

La necesidad de sostener fuentes laborales, las presiones de distintos sectores, y el hastío generalizado ante el encierro, han formado el combo perfecto para tomar las decisiones sanitarias menos recomendadas, y en el peor momento. Todos lo saben. No hay engaño. Lo saben quiénes toman las decisiones, y lo saben quiénes las ven como una liberación sabiendo a lo que se enfrentan.

Concepción del Uruguay nunca estuvo tan en riesgo como en este momento. La cantidad de casos no deja de crecer, el sistema sanitario está sobre exigido y en alerta ante un potencial desborde, la falta de responsabilidad individual ha dejado de ser un factor de culpa, y el ritmo de vida cotidiano está volviendo, hace varias semanas, a una normalidad casi de pre pandemia.

En el medio de todo esto las cifras se siguen disparando y la curva de contagios se pone cada vez más vertical. En los últimos 5 días se han registrado casi 200 nuevos positivos, hay 337 casos activos, 33 personas internadas, y 19 fallecidos.

Esta ciudad no es un caso aislado. Claro que no. El país entero está saliendo a la “nueva normalidad” como si se tratara de aquella vida de antes del 20 de marzo.

El fin de semana largo ha sido la válvula de escape que decenas de miles de personas estaban esperando después de ocho meses de encierro para salir a pasear en un plan turístico que parecía impensable hace solo algunas semanas.

“Morirán los que tengan que morir”, es una sentencia que aquí se le adjudicó a Mauricio Macri, pero que tiene sus versiones propias a lo largo del mundo a través de varios personajes de la política global. Sin dudas se trata de una aceptación tácita y generalizada de parte de una gran mayoría de la población que confía en que a ellos no los alcanzará el virus, y por lo tanto, arriesga su suerte en este retorno a la vida en libertad.

Desde aquel toque de queda total, el país ha pasado por el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, por las primeras aperturas parciales, la etapa de Distanciamiento Obligatorio, para llegar, finalmente, a esta libertad de verano bajo nuestra propia cuenta y riesgo.

La regla no dicha ni escrita para que esto suceda parece ser: Cuídense solos, a esta altura ya todos saben quién tiene que cuidarse, y quienes pueden afrontar el riesgo.

A partir de eso se ha tomado la decisión de echar a andar la economía.

Ya no hay acusaciones de irresponsabilidad entre la gente, ni observaciones contrarias a las medidas de los gobiernos.

La esperanza en la vacuna ilusiona en que el final está cada vez más cerca. Por desgracia también invita a actuar como si todos ya estuvieran vacunados y con resultados exitosos.

Lo cierto es que los números todavía no han cerrado, y el conteo de muertos continúa.

Sin ningún tipo de garantía absoluta, la responsabilidad individual es en este momento la última, y única, barrera de protección que ha quedado. Y según parece, cada uno es libre de usarla como mejor le parezca.