La vida diaria de una maestra rural es más que su labor educativa, es literalmente eso: Su vida.
Alicia Barreto da clases en la escuela 44 República Argentina, en la zona rural del Departamento Uruguay. Ella es personal único para seis alumnos que cursan desde la salita de 5 años, hasta el sexto grado. Alicia vive en Santa Anita, y durante la vida antes de la pandemia se trasladaba todos los días hasta esta escuela que está a varios kilómetros de su localidad a través de caminos de tierra que nadie arregla pese a los pedidos que ella misma ha realizado, se detalla en un artículo publicado en la edición especial 20 Aniversario de Diario UNO de Entre Ríos.
En esta escuela, como en tantas otras en su misma situación, la docente también debe hacer de portera, cocinera, enfermera, mamá y seño malabarista para optimizar y sacar provecho de todos los recursos que hay a disposición.
“Amo ser docente, amo lo que hago y lo disfruto mucho. Claro que hay jornadas que uno llega cansado al final del día, pero la satisfacción de haber encontrado la respuesta siempre positiva de los gurises y de sus familias vale la pena, y te da fuerzas para seguir siempre adelante”, señala Alicia en diálogo con UNO.
La escuela está a 100 kilómetros de la ciudad cabecera de Concepción del Uruguay. Un camino de broza en muy mal estado conecta los puestos de los distintos campos donde viven sus alumnos. “Todos son hijos de empleados rurales, familias muy preocupadas por la educación de sus hijos, pero en un entorno donde la presencialidad garantizaba el aprendizaje de una forma más directa y sencilla. Aquí no hay conectividad, directamente no hay internet, y la señal para los teléfonos celulares es prácticamente nula. La virtualidad para nosotros fue, y es, algo imposible de alcanzar para el dictado de clases”, detalla Alicia.
DESCONECTADOS
Para quienes están acostumbrados a activar un celular, o prender una computadora y conectarse a cualquier tipo de contenido, en cualquier lugar, y a cualquier hora, comprender la situación por la que atraviesa una docente, sus alumnos, y sus familias, en medio del campo y desconectados, supone un ejercicio complicado de entender sin ejemplos que parecen de otra época.
“Una madre se trepaba por las noches a la torre de un molino porque, como a las diez y media de la noche, tenía señal de celular para llamarme y así poder tener la tarea para su hijo, yo les pasaba todo lo que podía por fotos que ella transcribía en las carpetas y así poder hacer la tarea. Así debimos hacer con casi todas las familias en la medida de lo que podíamos, yo les decía a las madres que se iban a convertir en fotocopiadoras humanas de tanto transcribir fotos que les pasaba”. Pero cuando nada de esto funcionaba, no quedó otra opción que ir hasta el puesto donde vive cada uno de sus gurises.
“Yo fui alumna de una escuela rural, se de que se trata desde todos los puntos de vista, he ido a caballo, caminando, bajo la lluvia y en el barro, cómo llegar es lo de menos, la vida en el campo siempre es así, por eso mismo no dude nunca en ir hasta la casa de cada familia, en los primeros tiempos de cuarentena estricta las tranqueras estaban cerradas con candado porque nadie podía entrar, entonces les dejaba una bolsa con la tarea, retiraba lo que habían terminado, y así fuimos avanzando y nos manteníamos al día con el programa. Muchas veces también tuve que llevar alimentos porque ellos no podían salir de sus casas, siempre nos ayudamos entre todos”, dice Alicia con naturalidad.
Este recorrido lo hace una vez por semana a través de toda esta zona. Todos los chicos viven en campos distintos que distan unos tres kilómetros entre ellos. Muchas veces no solo es llegar hasta la tranquera, hay que entrar otros tres kilómetros hasta el puesto para poder hablar y explicar algunas cosas. “Yo siempre agarro un palo, por las dudas haya alguna víbora o algún bicho, pero después no hay más problemas. Tenés que andar entre las vacas y algunos pastizales, pero la respuesta de la gente es maravillosa. A los chicos les encanta saber que te preocupás por ellos y la devolución que tenés vale la pena”.
La realidad del campo marca diferencias abismales con la vida urbana. De sus seis alumnos, sólo uno de ellos tiene televisión en su casa. “Cuando nos llegaron los cuadernillos del programa Seguimos Educando, había que seguir el plan de estudios a través de la Televisión Pública, nosotros no pudimos hacerlo, pero igual nos arreglamos y nos mantuvimos siempre al día con el programa de estudios. Ellos me decían: Seño, preferimos que usted siga haciendo las actividades como veníamos haciendo, y salimos adelante”.
LO QUE VIENE
Sobre lo que significará esta pandemia de cara al futuro, Alicia no tiene dudas. “Para nosotros este período fue más presencial que virtual, presencial de otra forma, bajo otras circunstancias, pero siempre prevaleció el contacto directo. Por el entorno, por algunas carencias propias del lugar en que vivimos, por lo que sea, nosotros tuvimos que afrontar la situación poniéndonos las cosas al hombro y lo hicimos entre todos”.
La virtualidad si tuvo su importancia para algunas cuestiones puntuales que sirvieron para sostener la nueva normalidad en tiempos de coronavirus.
“Hicimos actos virtuales, eso si lo hicimos. En cada casa se hicieron obras de teatro para las fiestas patrias, actuaba toda la familia, ellos se grababan en su casa y me la mandaban. Otros hacían empanadas, andaban a caballo. Con todo eso yo armaba un video con la presencia de todos y se los mandaba a cada uno para que tuvieran el acto completo y con la actuación de todos, han sido experiencias maravillosas”.
Alicia sostiene que la pandemia sacó muchas cosas positivas de la labor docente. “Obligó a elaborar estrategias que no teníamos pensadas, nos acercamos de otra manera, algunos en clases virtuales, otros a través de una bolsa colgada en una tranquera, pero lo importante es saber siempre que avanzamos educando, y yo tengo la satisfacción de conocer a fondo lo que saben mis gurises, se que están al día y que aprendieron, la pandemia nos afecto por otras cuestiones, pero no a nivel educativo”.
El desafío más importante que tiene Alicia por delante es que sus chicos puedan llegar a la escuela. “De la escuela nos encargamos nosotros, junto a mi marido, mis hijos, y con la ayuda de ex alumnos y de la municipalidad de Santa Anita, reparamos, pintamos y mantenemos el lugar, pero cuando llueve el camino es intransitable y no hay forma de llegar. Desde el año 2018 he hecho presentaciones. Aunque queda poco tiempo del año lectivo yo acabo de pedir la vuelta a la presencialidad en la escuela, sería fantástico solucionar el problema del camino. Para lo demás siempre nos arreglaremos para tener soluciones”, finalizó.
Fuente: Diario UNO.