En casi 40 años de práctica como Sexólogo nunca vi tanta gente harta de estar encerrada con gente.
Parece una frase equívoca o mal redactada, quizá alguno piense en los presos…, pero tiene el valor de la realidad social que ocurrió en los últimos cuatro meses en nuestra sociedad (y sigue ocurriendo…). Pero no me refiero a ningún lugar en el que las personas eligen estar encerrados, sino a quienes no les quedó otra opción.
La sexualidad es una parte indivisible de nuestro ser, que nos atraviesa desde la gestación hasta la pérdida de conciencia. Es responsable entre otras cosas del placer sexual, el erotismo, el amor. Es parte de “ser” humano. Propia de cada personalidad, cuando el sexo como eje de la misma es compartido voluntariamente, se vive en general con la sensación de estar feliz, o por lo menos muy agradablemente compartida. Paradójicamente, muchas personas no lo han pasado bien últimamente en este sentido. Para muchos ese intenso anhelo del encuentro, no fue lo que imaginaron. A veces por percibir que no fue una elección meditada profundamente antes de comprometerse a la convivencia, otras porque el hartazgo de determinadas situaciones o actitudes, rebalsaron la capacidad de crear y diversificar esta práctica que en los humanos es decidida por elección, y no por instinto: la búsqueda del sentido.
Parejas estables o no, jóvenes o mayores, de uno o 20 años de convivencia, encontraron que el exceso de cercanía y la constante rutina dañaron sus deseos, sus impulsos se modificaron, acaso se apagaron tras la reiteración como se reduce un estímulo físico al ser repetido constantemente con intención: cuando un reflejo neurológico se provoca y reitera de forma exagerada, termina extinguiéndose…, apagándose.
Claro que la vivencia de la sexualidad se acompaña en esta burda prisión social, de hechos que no tienen que ver con el sexo, sino con el ánimo, la capacidad económica, la falta de posibilidades laborales, la saturación de tener los niños en casa atados a los caprichos del gobierno, o la reclusión de los ancianos a veces en departamentos indignos, húmedos y fríos, generando infinidad de inconvenientes familiares, sociales y poco saludables.
Falta de apetito sexual, trastornos de la potencia masculina, falta de orgasmo, pérdida de creatividad y estímulo, son algunos de los motivos que los Sexólogos estamos viendo en nuestros consultorios. Como en toda consulta médica, comenzamos por un interrogatorio fino para llegar a una conclusión o presunción del diagnóstico. En estos casos, casi nunca llegamos a un examen físico, porque el relato deja desnudos, no a los pacientes, sino a los motivos por los que llegan a la consulta: infaliblemente, el hartazgo. Y no siempre del otro, a veces de uno mismo, o de lo que no se puede (o no se debería) transgredir, como las disposiciones vigentes.
Se ha lesionado el intervalo. Se perdió la expectativa de lo que vendrá luego. No hay juego de seducción creativa por reiterada y descubierta en el momento que se genera, porque el o ella están allí, en el mismo lugar y todo el tiempo… ¿Cómo (porqué) un deseo erótico no se puede sostener y vivir?
Sin analizar intimidades, sólo generalizando las sociedades afectivas privadas (parejas, matrimonios, noviecitos…), la constante es la misma. Se apaga. Se aburren. Se hartaron. Quizá este último término suene a falta de amor o compromiso, puede ser. Pero es lo que ocurre. No analizo las razones previas que los unieron antes de la pandemia, sólo relato una dolorosa realidad que podría haberse evitado sin dudas: quizá con una cuarentena firme de corta duración, quizá con medidas más efectivas que extensas. Pero lo que pasó, ya pasó.
Seguramente el aprendizaje que deja todo fracaso como el manejo de esta situación en nuestro país, nos sirva para saber dos cosas: la sana sexualidad es fundamental para nuestro bienestar, y dos, cuando se toman medidas para proteger, deben ser definidas para eso.
Es mi opinión. LEMUS MARCELO ENRIQUE UROLOGIA y SEXOLOGIA