Se recuerda a sí mismo apoyado en la baranda del buque Bahía Paraíso con destino al continente. El agua salada salpicándole la cara, el viento del Atlántico golpeando, el buque levantándose sobre las olas para clavarse en el mar una y otra vez. Se había duchado después de semanas. Había dormido en una cama con sábanas. Había comido y estaba abrigado.
“Era una sensación de disfrute indescriptible, como una bocanada de alivio, de una emoción profunda, sin el estallido de las bombas, sin los silbidos de las balas, sin la locura de adivinar dónde nos caería la próxima explosión. Era una sensación hermosa que aún puedo sentir a medida que la cuento”.
Así recuerda Armando Scévola el viaje que lo trajo de vuelta al país después de casi tres meses en las Islas Malvinas. Había pasado una guerra, combatió al mando de una ametralladora antiaérea, había visto morir amigos y enemigos. Fue prisionero de los ingleses, y con sus manos tuvo que enterrar compañeros que habían quedado en el campo de batalla. Tenía 19 años.
Este 14 de junio se cumplen 38 años del cese del fuego en territorio malvinense. La guerra había durado 74 días, habían muerto 649 soldados argentinos y 255 británicos. Para muchos de aquellos jóvenes que sobrevivieron, el dolor de aquel 14 de junio es aún una espina clavada en el corazón de quienes juraron defender a la Patria hasta perder la vida.
“Nosotros defenderemos la Patria hasta el último día de nuestras vidas, ese fue nuestro juramento entonces, y hoy sigue estando tan presente como hace casi 40 años. Ya no pensamos en guerras ni nada por el estilo, creemos en una recuperación por los medios que dispone la paz entre los pueblos. Creemos en la concientización de nuestros jóvenes sobre la importancia de Malvinas, y estamos convencidos de que recordar lo que se sufrió en aquella guerra es uno de los caminos para que algo así nunca vuelva a pasar”, remarca Scévola.
Aquel último día de la guerra en el Atlántico Sur está fijado en su memoria. “Es como si fuera ayer, en realidad todo había comenzado el día anterior, el 13. El avance inglés era implacable, nosotros pertenecíamos al Batallón de Infantería de Marina 5, ya casi no teníamos municiones, yo estaba al frente de una ametralladora antiaérea 12.7, letal para las personas, pero muy lenta para la velocidad de los aviones ingleses. El combate fuerte comenzó por la tarde, hubo momentos que fue casi cuerpo a cuerpo, nos separaban unos 20 o 30 metros. La idea era resistir el ataque y mantener la posición en el monte Tumbledown, donde estábamos nosotros”.
La resistencia argentina duró varias horas, hasta que el avance de la Guardia Escocesa a través de varios flancos tornó insostenible la posición. “Muchos años después, y a medida que se fueron conociendo los detalles, nos enteramos de que nos superaban en número, en armas y en tecnología, pero en ese momento nosotros creíamos estar de igual a igual, creíamos que estábamos en condiciones de resistir. Ellos también estaban agotados y castigados por el terreno y por el clima. Finalmente nos dieron la orden de replegarnos hasta una nueva posición para seguir defendiendo Puerto Argentino”, relata Armando, entonces conscripto de la Armada Argentina.
“Durante el repliegue nos ayudó un oficial del Ejército que llegaba retrocediendo con varios soldados, ellos nos cubrieron el repliegue durante toda la madrugada. Como casi todos los días lloviznaba, hacía un frío implacable, era una noche cerrada y nevaba. Mientras tratábamos de llegar a nuestra nueva posición, nos sorprendió un ataque con helicópteros. Nos tiramos al piso, nos cubrimos como podíamos y les tirábamos con todo, fusiles, ametralladoras, pistolas. Logramos averiar algunos y finalmente se retiraron. Así hicimos casi 20 kilómetros, de noche y en medio de la turba malvinense, llegamos a Sapper Hill, nuestra última posición”.
Allí se rearmó un nuevo grupo con gente del BIM5, Fuerza Aérea y Ejército, hubo combates hasta entrada la tarde del 14 de junio. “Resistimos como hasta las dos de la tarde, hasta que nos quedamos sin munición, recién ahí llegó la orden de entregarnos. Para nosotros no hubo rendición, nos quedamos sin balas, y la mejor forma de entregarnos con honor fue entrar desfilando a Puerto Argentino. Este recorrido, entre Tumbledown, Sapper Hill y Puerto Argentino, lo volvimos a recrear 30 años más tarde cuando volvimos a Malvinas con otros compañeros en el año 2012”, rememora Armando.
Aquel 14 de junio de 1982 marcó el final de la guerra de Malvinas. El general de brigada argentino, Mario Benjamín Menéndez, convino la rendición con el comandante de las fuerzas terrestres británicas, mayor general Jeremy Moore, y firmaron el documento de la rendición ese mismo día a las 23.59.
“El primer día después de la guerra aún teníamos nuestras armas, dormimos con nuestras armas. Recién al segundo día las entregamos, nos golpearon un poco con las culatas de los fusiles, pero era más para que entendiéramos quién estaba al mando ahora. Nos trasladaron hasta el aeropuerto de Malvinas, y ahí estuvimos cuatro días. Tuvimos que armar un galpón con tambores de 200 litros y le hicimos un techo con las chapas de aluminio con que habíamos alargado la pista de aterrizaje”.
Enterrar compañeros
Algunos días más tarde una parte de los soldados argentinos fue trasladada hasta el buque Almirante Irízar para comenzar con el retorno al continente. A los que permanecieron en las islas se les dieron diferentes tareas.
“A varios grupos los mandaron al campo a juntar los pertrechos, cascos, fusiles, municiones. A mí me tocó ir a enterrar los cuerpos de los compañeros muertos que habían quedado en el campo de batalla. Usábamos los pozos de las bombas, los envolvíamos en los ponchos de agua, los cubríamos, clavábamos los fusiles boca abajo y colocábamos el casco arriba. En algunos lugares enterrábamos dos juntos. Así estuvimos unos 11 días. Muchos no tenían identificación. Yo mismo nunca tuve identificación durante toda la guerra. Mucha gente se pregunta por qué aún hay NN en las tumbas, era por eso”, recuerda el veterano uruguayense.
Al finalizar el conflicto, las autoridades militares británicas hicieron el traslado desde esas tumbas en los campos de batalla hasta el cementerio de Darwin. Las tareas fueron supervisadas por la Cruz Roja.

El regreso
El último recuerdo de Scévola en el archipiélago austral de aquel 1982 es el traslado hasta un muelle donde abordaron un “pequeño barquito que nos llevó hasta el buque argentino Bahía Paraíso, eso fue maravilloso, gente que hablaba nuestro idioma, argentinos. Todavía recuerdo el sándwich gigante que nos dieron, no me puedo olvidar lo que fue bañarnos después de tanto tiempo, dormir horizontal, sin botas, y con sábanas. Cosas a las que nunca le habíamos dado importancia se transformaron en algo maravilloso”.
Escondidos
Durante unos cuatro días el buque navegó hasta llegar a la base naval de Puerto Belgrano. “Cuando llegamos no desembarcamos enseguida, esperamos varias horas y lo hicimos de madrugada. Después nos enteramos que lo hicieron así porque más temprano había gente esperándonos, y los mandos del Ejército no querían que nos vieran. Nos dieron ropa nueva, camuflada, borceguíes nuevos, todo impecable, pero fuera de tiempo, esa ropa la precisábamos en las islas, no acá. A las pocas horas nos trasladaron en avión hasta Río Grande. Allí descansamos y los servicios de inteligencia argentinos nos preguntaban cómo habíamos pasado aquellos días, si habíamos visto algo que nos llamara la atención, y nos advertían que no contáramos nada de lo que habíamos vivido en la guerra cuando volviéramos a nuestras casas”.
La política de la Junta Militar que gobernaba Argentina intentó mantener en secreto todos los detalles de la guerra. Con los años surgieron los testimonios sobre abusos de autoridad, falta de pertrechos, mala alimentación, vestimenta inadecuada y conductas lamentables de parte de los cuadros de conducción.
“Yo hablé, y les dije que vimos cómo dos suboficiales que estaban a cargo de nuestro grupo se fueron en plena batalla hacia Puerto Argentino, donde no había combates. Después dijeron que habían sido heridos, pero era mentira. Ellos debían haber dirigido nuestra retirada, pero no estuvieron, nosotros pudimos replegarnos gracias a la aparición de aquel oficial del Ejército que nos cubrió, y del cual nunca supe el nombre”.
Después de una semana en Río Grande, en un avión sin asientos, sentados en el piso y espalda con rodillas, Armando y un gran número de soldados fueron trasladados hasta el aeropuerto de Ezeiza.
“Allí nos esperaba un grupo de camiones y colectivos, todos con las ventanillas tapadas y las lonas cerradas. Nos metieron ahí y nos llevaron a la estación de Retiro, iban dejando soldados a medida que alguno estaba cerca de su casa, pero cuando llegamos a Retiro teníamos que arreglarnos por nuestros propios medios. Si teníamos plata para el pasaje nos veníamos en tren o en colectivo, si no había que hacer dedo. Así fue nuestro retorno de la guerra”.
La posguerra
Durante muchos años los excombatientes sufrieron el dolor de la vergüenza que impusieron los primeros años de la posguerra en el país. El abandono de los veteranos por parte de los diferentes gobiernos causó mucho daño en la salud de cientos de ellos, y provocó que entre 300 y 500 excombatientes se quitaran la vida. A todo ello hay que sumarle las muertes provocadas por la falta de atención a dolencias postraumáticas, y la falta de cobertura sanitaria durante un período demasiado largo.
Armando Scévola, junto a otros veteranos de Concepción, conformaron la Sala Evocativa de Malvinas que lleva el nombre de Daniel Sírtori, en homenaje al veterano oriundo de Chajarí, quien tras la guerra siguió peleando por los derechos de los excombatientes hasta que se suicidó. Allí, ofrecen charlas y visitas a escuelas y público en general. Recorren la provincia concientizando sobre el valor de la gesta de Malvinas y mantienen vivo el espíritu de la recuperación de las islas. Y pertenece al Centro de Ex Combatientes de las Islas Malvinas de Entre Ríos (Cecimer), uno de los tres centros que hay en la provincia.
Fuente: Diario UNO.
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